Si tendríamos que resumir en una palabra el sentido y objeto de la democracia, la más adecuada sería “libertad”. Ese principio, ese valor, esa necesidad inmanente al ser humano que solo tiene por límite la libertad y el derecho de los demás. Por eso los regímenes dictatoriales aprisionan al ser humano, lo someten, lo subordinan, lo despersonalizan, lo manipulan, lo reducen a la miseria, no respetan la vida. La fase final de las dictaduras del socialismo del siglo XXI (SSXXI), en Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua es hoy la prueba de que la falta de democracia destruye, somete, empobrece y mata.
Para evitar las dictaduras, los elementos esenciales de la democracia representan la sustancia en garantía de la libertad por medio del respeto a los derechos humanos, la división e independencia de los órganos del poder público, la vigencia del Estado de Derecho, las elecciones libres y fundadas en el voto universal y secreto, y la libre organización política y social.
La ausencia de estas características produce efectos devastadores que hoy son patentes en las cinco dictaduras del SSXXI. Algunos datos de estos regímenes autoproclamados antiimperialistas –que pueden ser ampliados por las víctimas– lo demuestran:
Luego de casi 58 años de dictadura Cuba es un país destruido, un pueblo sometido, obligado a llorar y rendir homenaje a la muerte de su verdugo. Vemos una población empobrecida y en la miseria con una pequeña élite enriquecida y en control de toda la propiedad y medios de producción; se trata de una oligarquía fundada en la corrupción, al extremo de que la revista Forbes estima en más de 900 millones de dólares la fortuna de Fidel Castro. Es un pueblo sometido, cuya juventud tiene como máxima aspiración salir al mundo libre arriesgando la vida con rigores extremos como embarcarse en una balsa o peregrinar por selvas y territorios hostiles.
Se trata de una dictadura que además de matar a su propio pueblo con fusilamientos, asesinatos, torturas, cárcel y exilio, ensangrentó América Latina y otras regiones por décadas, al principio con invasiones, guerrillas, extorsiones, terrorismo y narcotráfico, y luego con lo mismo pero además con dinero venezolano con el que han creado lo que hoy se conoce como SSXXI.
Chávez y Maduro han convertido a Venezuela en colonia castrista con denominación de república bolivariana, es ejemplo de destrucción extrema y construcción de un narcoestado. El país petrolero más rico sufre crisis humanitaria donde la gente muere por falta de medicinas y alimentos, y la dictadura extorsiona y trafica con las mismas calamidades y necesidades que ha producido.
La dictadura venezolana mata de hambre por carestía alimentaria y medicinal, por crimen organizado, por política de Estado, por represión, persecución y exilio. Tiene presos políticos que son rehenes y engaña al mundo con la manipulación de una oposición a la que asfixia, utiliza y extorsiona. Con la dirección castrista digita exgobernantes amigos de la dictadura e incluso al Vaticano para mantenerse en el poder, haciéndolos cómplices y encubridores de sus crímenes.
La República de Bolivia ha sido destruida, liquidada y suplantada con el denominado Estado plurinacional cuyo principal objetivo es la división de la nación boliviana en fracciones que puedan ser confrontadas entre sí, aplicando la metodología castrista de control político. El dirigente cocalero Evo Morales ha construido un narcoestado centralista y personalista donde él es la ley. El país va en una espiral de crisis económica, mitigada temporalmente por los efectos de la economía de la coca.
Morales es responsable de más de 20 masacres sangrientas además de las cometidas antes de tomar el poder incluyendo sus crímenes de octubre de 2003.
Con su corrupción de Estado, la ausencia absoluta de legalidad e institucionalidad acaba de producir 71 muertos en el siniestro del avión Lamia, empresa que nunca hubiera podido obtener –en un país con democracia– un permiso de operación y menos un plan de vuelo que condenó a la muerte a tripulantes y pasajeros; el dictador dijo que no sabía nada y luego marcó los chivos expiatorios con los que –sicarios judiciales de por medio– pretende quedar nuevamente en la impunidad.
En Ecuador, Rafael Correa ha destruido la institucionalidad y la economía. Tiene la ley mordaza más rigurosa de todas las dictaduras, ha confiscado, allanado y se ha apropiado indebidamente, persiguiendo, enjuiciando y encarcelando ciudadanos y periodistas.
Ejerce la represión mediática, el asesinato de la reputación y la enajenación de recursos nacionales, en especial el petróleo cuya corrupción pretende encubrir persiguiendo a los denunciantes con manipulación judicial. Se sostiene por el sistema dolarizado que ya no puede liquidar, aumentando impuestos, con una deuda que marca el empobrecimiento nacional por décadas. Sus víctimas son opositores, servidores públicos, periodistas, empresarios y exiliados. Navega sobre un mar de corrupción que tiene que ver con daños al Estado, obligaciones de indemnizar, denuncias de enriquecimiento y hasta crímenes violentos. Ahora se esfuerza por instituir un títere para que lo encubra y garantice su retorno.
Daniel Ortega en Nicaragua con su disfraz de demócrata como parte de los gobiernos castristas del SSXXI, luego de aprovechar lo más posible los recursos venezolanos, empobrece aceleradamente a los nicaragüenses cuya migración al norte se incrementa en directa relación con el crecimiento de la miseria y la inseguridad. Ya viene de matar en su etapa de guerrillero. Ha liquidado la participación política y con el control de prensa somete a un pueblo que lo ve hoy como el dictador más peligroso y corrupto, que ha superado cualquier precedente.
(Diario Las Américas)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario