sábado, 17 de diciembre de 2016

La Venezuela que realmente perdimos. - Armando Martini Pietri

Se escucha al obrero presidente denunciar, acusar a cualquiera de algo y afirmar: “Tengo las pruebas”, cuando se oye a políticos del gobierno, del oficialismo (no siempre es lo mismo), de la Mesa de la Unidad o de la oposición (tampoco es igual), criticar asuntos que, en su opinión, perjudican al ciudadano y violan la Constitución, o promete propósitos que según se proclama es lo que necesita la población y cumple lo establecido en la carta magna, a uno lo primero que se le viene a la mente –y aún más grave, al corazón–, es que “están mintiendo, son embusteros”.

Algunos políticos –más preciso: politiqueros– mienten por hábito y porque creen, de manera equívoca, que si no declaran a diario en los medios su popularidad y votos, –lo que se conoce como “capital político” –, bajará e incluso podría desaparecer. Por si fuera poco, andan agobiados por la variedad de redes sociales, en especial Twitter. No es posible tener informaciones para todos ni abonar el interés de los electores a diario, por eso inventan, retuercen, tergiversan, manipulan y ese mal hábito –lamentable– incluye a dirigentes de alto nivel.

Unos simplemente pierden el balance, como muchos oficialistas, especial el presidente quien, para tentación suya y fastidio nuestro, tiene a sus órdenes el control de las frecuencias de radio y televisión; es decir, ordena cadenas cada vez que le da la gana pues no le basta el montón que tiene a disposición. A él no lo controla Conatel, lo obedece y le es sumisa.

Lo peor es que todo ese poder mediático e informático se usa demasiadas veces para ofender y mentir con absoluto descaro e impunidad. Un político descubre de repente –alguien se lo reveló, algo le pasó, alguna condición le puso– que sus compañeros de ruta están jugando dos juegos simultáneos, pero diferentes, y a él no solo se lo han ocultado, sino que nunca lo invitaron y agarra la calentura de su vida.

Traicionado, engañado, burlado, dolido, empuña un micrófono, se zambulle en la red social y deja ver como gran cosa, que él sabe lo que los demás conocían y contaban abiertamente, decir que no lo sabía es quedar tan pendejamente como el esposo o la esposa que se acaba de enterar de unos cuernos que todo el mundo veía menos él o ella, y ningún político que tenga al más mínimo orgullo acepta aparecer así.

Y grita, indignado, que está al corriente de quiénes son y qué es lo que hacen, que con él no cuenten porque es un hombre de palabra, que él sabe cuánto han cobrado y a quién, que conoce todas las traiciones y chanchullos. Así vocifera y afirma que después dirá nombres.

¿Qué querrá decir?, se preguntan los que reciben sus mensajes, ¿a quiénes denuncia? Porque eso es precisamente lo que ese político hace: aborrecer el pecado sin nombrar ni al pecador ni sus detalles. Se escandaliza y aúlla contra la falta, muchas veces ilegal, pero no denuncia a los pecadores.

Fíjense en el presidente, aunque es difícil precisar en detalle porque, si es por meter coba y desplegar delirios, lo hace todos los días. Desde hace tiempo y estos días más, la tiene cogida con lo que él asegura es una conspiración financiera internacional contra la moneda venezolana, o lo que su gobierno y su desastrosa administración han dejado de ella. El problema es que no puede hablar ni dar órdenes a la ligera, justamente porque es el presidente y todo lo que haga, ordene o diga –o deje de hacer, de ordenar o decir– perjudica a cientos de miles personas y a un país en concreto.

No parece entender ni comprender que insultar a un presidente de otro país en una reunión vociferante tiene consecuencias; no concibe que, a menos que deliberadamente esté buscando una confrontación internacional, debe ser cuidadoso en su lenguaje, vilipendiar a Michel Temer o a Mauricio Macri, sin duda, no es la mejor forma de defender la posición de Venezuela en el Mercosur, independiente de cómo piense de cada uno en lo personal. Tampoco puede anunciar, micrófono en mano y cámara delante, que va a exigir al presidente de Colombia,                                                .

El camarada de los mazazos, cuya posición de ser el duro entre los duros es respetable, es su decisión, arremete contra el canciller del Vaticano, Estado que, pequeño y sin armas, es poderoso. Hay que tenerle cuidado, pues lo que le diga o achaque al cardenal secretario de Estado lo lleva inevitablemente arremeter también contra la otra cara de la santa sede, lo religioso. Y allí está tocando fibras sensibles, agrediendo a quienes están dentro de las zonas populares, con los humildes, los más pobres, no todos los párrocos están en las zonas exclusivas y más favorecidas.

Entre tanta acusadera, de allá para acá y de acá para allá, se pregunta qué ha pasado con aquellos venezolanos de buenas costumbres que hasta no hace mucho seguían con nosotros, nos angustiamos porque nos damos cuenta de que también se han esfumado.

Miramos a nuestro alrededor y solo vemos sucio, calles rotas, caras amargadas, expresiones de indignación y hasta de odio, comercios con poca variedad, centros comerciales vacíos, gente empobrecida y por eso exasperada, y algo llamativo: silencio, miradas bajas en caras serias. No hay alegría. No se respira cordialidad.

El ruido viene de las radioemisoras, televisoras y redes sociales, murmullo de acusaciones, denuestos, contra-ataques, alardes, mentiras, proclamas, susurro de sables mentales y pequeñeces de espíritu. En medio de tanta sonoridad de baja ralea, recordamos con melancolía, con tristeza, aquella Venezuela borrada de cuando darse la mano valía más que un contrato notariado, cuando dar la palabra era más confiable que el Credo. ¡A cosa aquella de la palabra!

La Venezuela que hemos perdido, la que deberíamos planificar y rescatar de esta revolución confusa, ignorante, torpe e incompetente, si no estuviéramos tan distraídos por los berridos, chillidos y lloriqueos de la intemperancia, la bajeza y el deshonor.

N. del E.: La Venezuela que nos propuso Rómulo Betancourt, que construyó y defendió Acción Democrática, y que luego nos mostró, además, de qué se trataba, como se "vivía siendo libre".

La Libertad individual, sólo acotada por las debidamente consensuadas "Libertades Colectivas", había dejado de ser una utopía para convertirse en vida cotidiana, una vida donde podías escoger a cual "corriente ideológica" (léase, punto de vista para resolver los intereses comunes) querías promover, sin que esto significara tu descalificación o estigmatización, porque todas son igualmente válidas en tanto que provienen de la libertad de pensamiento de personas intrínsecamente iguales y no son mas que diferentes mecanismos propuestos para alcanzar y mantener el bienestar individual y colectivo. 

Una acción gubernamental dirigida a administrar las relaciones entre personas libres, libres de hacer con su vida lo que quisieran para progresar, incluso para dejar de hacerlo, si esa era su elección, proporcionando y limitando su acción sólo a proveer el marco legar, la protección sanitaria, la educación sin restricciones, la infraestructura pública, los servicios, los procedimientos para tu devenir libremente y el bienestar familiar. Todos los anteriores sin imposiciones esclavizantes, como landmarks de ciudadanía. Para vivir entre ciudadanos libres y de buenas costumbres.

Acaso eso no es lo que merecemos desde nuestro nacimiento?

VMRP / UnidAD

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