La palabra gobernante le queda grandísima a Nicolás Maduro. Desde tiempos inmemoriales el Estado es asemejado con una nave y el sitio desde donde conduce el piloto se conoce como gobernalle.
Ya lo decía el clérigo Diego Saavedra Fajardo cuando aconsejaba a los príncipes, en su obra escrita en 1640, Idea de un príncipe político Christiano representada en cien empresas: “…El oficio del príncipe y su fin no es de contrastar ligeramente con su república sobre sus olas sino conducirla al puerto de su conservación y grandeza. El gobernante (y nunca es más apropiado recordar que la palabra viene de gobernalle de la nave) ha de enfrentarse y hacer rostro a la fortuna, sin desesperar en la adversidad, sabiendo convertir la fortuna adversa en una fortuna próspera. La alegoría se completa con la metáfora de los ministros como velas de la nave del príncipe y con la recomendación que se acomoden al tamaño del bajel, pues en caso contrario pueden producir su hundimiento”. En Venezuela, el barco del Estado se hunde.
En este país tenemos la nave del Estado a la deriva, porque el piloto que se montó en el gobernalle es un irresponsable que achaca todos sus errores y mala praxis a enemigos imaginarios, como un Quijote de segunda, inventando molinos de viento para obviar sus responsabilidades de conductor. Es que Maduro no se da cuenta que la nave que heredó no tiene presente ni futuro, porque su causante se la dejó haciendo agua por todos lados. Lo peor es que en vez de buscar otra nave, insiste en sacar a flote un barco que está escorado sin remedio, porque perdió su línea de flotación. Maduro se hunde con su barco y pretende que nosotros no nos bajemos. En casos como éste, las leyes náuticas justifican el motín a bordo y eso ya ha comenzado en Venezuela. El barco se hunde.
Dígame usted si no es una tremenda irresponsabilidad de un presidente ir, expresa y personalmente a Roma, a visitar a uno de los Jefes de Estado más importante del mundo (el mayor de la cristiandad, el Papa Francisco) para pedirle su mediación ante una crisis generada por él (por Maduro, of course) y cuando el sumo Pontífice envía sus más importantes embajadores al país, hete aquí que el Presidente se burla del Papa al no responder a ninguno de los requerimientos formulados por la contraparte. Y no se queda allí, pues cuando el Estado Vaticano reclama seriedad y cumplimiento a los requerimientos de la Mesa de Diálogo, el presidente y sus más encumbrados funcionarios, responden con una grosería sin precedentes en los anales de la diplomacia mundial. El barco se hunde.
La Mesa de la Unidad Democrática, mientras tanto, sí ha dado cumplimiento a los acuerdos alcanzados: como por ejemplo, el retiro de la Asamblea Nacional de los Diputados que representan el Estado Amazonas, habida cuenta de la decisión írrita del TSJ que suspendió sus derechos y los mantenía en suspenso, sin producir la decisión de declarar sin lugar el amparo propuesto o con lugar y convocar la repetición de esas elecciones. En vez de valorar el gesto de la oposición, la respuesta del gobierno fue decir, públicamente, que esa decisión era el reconocimiento del fraude electoral cometido, lo que sin duda es otra burla a los mediadores y a todo el mundo. El barco se hunde.
El gobierno tampoco cumple el acuerdo de respetar la Asamblea Nacional, cuando acude a su bufete privado (TSJ) para designar rectores del CNE, los que debían ser elegidos por el parlamento nacional, sin que se hubiese producido omisión legislativa alguna. Ah, y la gota que rebasó el vaso fue la locura de sacar de circulación el billete de mayor denominación, por un cambio con impericia e imprudencia del cono monetario sin tener aún su sustituto, ocasionando las navidades más convulsionadas y tristes de que se tenga memoria en Venezuela. Todo ello, en vez de atacar las causas de la inflación, derivado del equivocado y desastroso modelo económico. El barco se hunde.
De vivir en ésta época, Saavedra Fajardo hubiese advertido que Maduro se desesperó en la adversidad y convirtió la prosperidad posible en una fortuna adversa. Y completaría la alegoría con la metáfora de los ministros, como velas rotas en la nave del príncipe, por no haber oído la recomendación que se acomodasen al tamaño del bajel, pues al hacer lo contrario solo produjeron su hundimiento. Este barco o bajel se hunde sin remedio y como se decía en el mayo francés: ¡Hagamos peso!
PS: Traemos el recuerdo de Diego Saavedra Fajardo, pues ha sido uno de los diplomáticos más reputados de la Iglesia Católica en toda su historia. Muy a propósito de la mediación pontificia en Venezuela y como reconocimiento nuestro a su sabiduría milenaria.
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