Sócrates:
Querido Glaucón, imagínate una caverna subterránea, donde un grupo de hombres llevan 18 años encadenados contemplando solo sombras, que para ellos son la única realidad existente.
Glaucón:
¿Qué te sucede?, Sócrates, ¿te fumaste una lumpia? No entiendo a dónde quieres llegar. ¿Quieres acaso decir que estos hombres llevan 18 años siendo engañados y que toman por verdad lo que es mentira?
Sócrates:
Efectivamente, pero, ¿a qué te refieres con eso de “lumpia”?
Glaucón:
No sé, pregúntale al gran comediógrafo Aristófanes, que pasó de estar encadenado a encadenar a otros.
Sócrates:
Entiendo claramente a quién te refieres, pero mejor volvamos a nuestro asunto: ¿crees que los que están encadenados deben dialogar con aquel que los encadena, para ser liberados?
Glaucón:
Sócrates: ¡tú preguntas unas vainas! De bolas que sí. ¿Qué otra cosa podrían hacer si lo único que no tienen atado es la lengua? No tienen otra opción que convencer a quien los oprime de ser liberados.
Sócrates:
Muy bien, ¿y qué razón tendría el que tiene las llaves de las cadenas para hablar con ellos y soltarlos? ¿No haría mejor en bailar salsa frente a los miserables y sumar al suplicio de la prisión el de la burla hiriente y desmoralizante?
Glaucón:
Ciertamente ninguna.
Sócrates:
Entonces ¿lo dejamos hasta aquí o seguimos?
Glaucón:
Naturalmente debemos seguir, ciertamente no hemos llegado a ninguna conclusión que resuelva nuestro asunto.
Sócrates:
Entonces ¿seguimos?
Glaucón:
¡Sí!
Sócrates:
¿Paramos?
Glaucón:
¡No!
Sócrates:
Seguimos. ¿No es cierto que quien no dispone de otro medio que su palabra y su cerebro tendría que diseñar alguna estrategia inteligente, ya que quien lo oprime tiene de su lado no solo toda la fuerza de sus armas, sino también una capacidad ilimitada de maldad y cinismo para hacer creer a quien está oprimido que vive libremente?
Glaucón:
Perro, Sócrates, me la pones cada vez más difícil…
Sócrates:
De eso se trata el pensar filosófico, querido Glaucón. ¿O es que necesitarás, acaso, que hable con alguien muy rico y que te contrate a un abogado solo para que te diga lo estúpido que eres?
Glaucón:
De ningún modo, Sócrates, porque le diría: ¡no me defiendas, compadre!
Sócrates:
Entonces concéntrate en lo que se habla.
Glaucón:
Si va.
Sócrates:
¿No crees que quienes están encadenados deben al menos, por estrategia, ponerse de acuerdo para liberarse antes de pensar en sus intereses particulares, cuya legitimidad no se discute, pero que debe posponerse en función del interés común?
Glaucón:
Común sabio hablas en verdad, Sócrates; si no se ponen de acuerdo no lograrán mucho. Ya lo dice el himno griego: “compatriotas fieles, la fuerza es la unión”.
Sócrates:
Recuerda, estulto Glaucón, que quien los tiene encadenados es, además, el que les suministra la comida y podría matarlos de hambre.
Glaucón:
Coño, Sócrates, toda esta historia te la tienes que estar inventando. Algo tan cruel no puede ser real.
Sócrates:
Quedan menos de 1000 caracteres, Glaucón.
Glaucón:
Entiendo. Bueno, creo que además de hablar deberían hacer algo más. Demostrar que los muchos pueden más que el capricho de uno solo, como diría Étienne de la Boétie.
Sócrates:
Usas un buen ejemplo, Glaucón, mira lo que dice este francés —al que citas tan oportunamente y que habrá de nacer dentro de 1700 años—, en su discurso sobre la servidumbre voluntaria, para terminar con las tiranías: “Decidíos, pues, a dejar de servir, y seréis hombres libres. No pretendo que os enfrentéis a él, o que lo tambaleéis, sino simplemente que dejéis de sostenerlo. Entonces veréis cómo, cual un gran coloso privado de la base que lo sostiene, se desplomará y se romperá por sí solo”.
Glaucón:
¿Es que acaso tratas de decirme, ¡oh Sócrates!, que los encadenados, con su sola voluntad, podrían cambiar las cosas?
Sócrates:
Eureka: el día en que los muchos hagan lo correcto, y todas las voluntades confluyan en una misma dirección, el uno deja de sostenerse, porque al final el poder es una convención entre los ciudadanos. Los tiranos usan la fuerza para lograr sembrar el miedo. Pero el día en que los muchos pierdan el miedo, ¿qué crees que va a pasar con el uno?
Glaucón:
¿Se transforma en cero?
Sócrates:
Querido Glaucón, te graduaste de filósofo.
LAUREANO MÁRQUEZ
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