Nunca serán suficientes los pensamientos y las energías que dediquemos a los presos políticos.
Porque el preso político no lo es, exclusivamente, por sí mismo. En todo preso político hay una dimensión político-social. Encerrado por sus ideas, por expresar su oposición con palabras o en la forma de la protesta, es alguien que habla, más allá de cualquier otra consideración, por los demás, para los demás. Encarna a los que no se atreven, a los que están impedidos de compartir lo que piensan, a los que no saben cómo actuar en el espacio público. En el preso político está implícito un sacrificio que hunde sus motivaciones en lo moral y en lo colectivo.
En el caso de Venezuela, los más de 150 presos políticos que siguen encarcelados representan a más de 24 millones de personas: los 24 millones que reclaman la liberación inmediata de los presos políticos, los 24 millones que exigen un cambio inmediato en la conducción del país, los 24 millones de personas que repelen el gobierno de Maduro. 80% de la sociedad venezolana que ha dicho ya basta.
Pero hay algo más que no puede olvidarse: un preso político es un secuestrado por el poder. Cada uno de esos secuestros se desborda y nos implica a todos: constituye el secuestro de la familia y los amigos, y de todos aquellos que coinciden con las opiniones de los recluidos. Algo de cada uno de nosotros, de los demócratas venezolanos, permanece secuestrado, mientras Leopoldo López, Braulio Jatar, Lorent Saleh y tantos otros, permanecen encerrados.
El régimen miserable ha instrumentado esta política: se carga de presos políticos para aparentar que negocia. Detiene y encarcela a inocentes, inventa prontuarios, viola los procedimientos legales, para simular ante la comunidad internacional que cede. Libera a personas que nunca han debido estar detenidas, como si eso fuese un acto de gracia, cuando no se trata sino de la más atroz de las políticas: la que usa el sufrimiento de personas, familias y ciudadanos, como moneda para el juego del diálogo: libera a inocentes para evitar las elecciones y permanecer en el poder, en contra de los expresos deseos de más de 80% de la población.
Como es obvio, el que celebremos que algunos presos políticos hayan sido liberados en los últimos días no significa que el programa de secuestros haya finalizado. Por el contrario, mantiene su plena vigencia: por una parte, se liberan a las personas, pero se les despojan de sus derechos políticos. De forma simultánea, otras personas son detenidas y encarceladas. Solo la liberación de todos los presos políticos, sin excepción y sin restricciones con respecto al uso pleno de sus derechos políticos, daría fe de un avance concreto del diálogo. Mientras haya aunque sea un preso político, la atrocidad sigue viva e intacta.
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