La trampa del diálogo en Venezuela no es una novedad. Tiene aleccionadores antecedentes que es necesario recordar en esta coyuntura, porque ello arroja una luz todavía más potente sobre la farsa de hoy, que tiene a Rodríguez Zapatero como su primer actor.
Aunque se trata de momentos distintos entre sí, cada uno cargado de sus propias realidades y matices, en cada oportunidad el interés del gobierno ha sido el mismo: ganar tiempo en momentos de crisis profunda, neutralizar las demandas del pueblo venezolano, denunciar a la dirigencia opositora como enemiga de las soluciones.
Los lectores seguramente recuerdan el diálogo-farsa a cargo de César Gaviria, entonces secretario general de la OEA, entre finales de 2002 y comienzos de 2003. Más adelante, a partir del año 2004, con una serie de subcapítulos, se produjo el segundo diálogo-farsa, en este caso a cargo de Jimmy Carter y el Centro Carter, que sí ofreció una novedad: algunas cadenas de radio y televisión. Uno y otro produjeron los mismos resultados: consiguieron el tiempo que el gobierno buscaba y no se logró ni un solo beneficio para las libertades y los derechos de los ciudadanos.
Este tercer capítulo, grotesca mueca de los anteriores, aparece en condiciones mucho más gravosas. La Venezuela de hoy es casi incomparable con la de hace una década: lo que entonces eran las primeras fases del deterioro, evidentes anuncios del colapso que vendría, se han convertido en las realidades más oprobiosas y humillantes que Venezuela haya conocido en los últimos 100 años. La reacción del pueblo venezolano, antes que nada, es un empeño por sobrevivir. Responde al instinto vital de preservar la vida. Por eso sale a la calle a luchar por alimentos, medicamentos y en contra de la inseguridad. Lo que la farsa de Rodríguez Zapatero no entiende es que la lucha por el derecho al referéndum revocatorio es una lucha por la vida.
Esa lucha por la vida no forma parte de las inescrupulosas declaraciones de Rodríguez Zapatero. Quien haga un seguimiento a sus declaraciones se percatará de esto: no hay una palabra de reconocimiento a la legitimidad de la lucha de los venezolanos por el más básico de sus derechos, que es el derecho al voto. La pragmática de Rodríguez Zapatero se reduce a: O te calas las condiciones del gobierno o no se logrará nada. Rodríguez Zapatero no es un árbitro sino un vocero de Maduro.
Y es que, también de modo mucho más dramático, el gobierno necesita ganar tiempo. Quiere que pasen las semanas para que sea irreversible la imposibilidad de que haya elecciones este 2016. Rodríguez Zapatero –cuyo gobierno es recordado por los españoles como una suma de fracasos– tiene la misión de contribuir al apaciguamiento: que los ciudadanos se cansen, dejen de protestar, dejan las calles y regresen a sus casas. En pocas palabras: que nos traguemos lo inaceptable, que es que nos despojen de nuestro derecho de votar.
El gobierno que desconoce a la Asamblea Nacional; que usa el Tribunal Supremo de Justicia para violar la Constitución; que mantiene más de 200 presos políticos en el país (rebautizados en la primera reunión del diálogo como personas “privadas de libertad”); que practica la tortura y viola los procedimientos judiciales; que organiza bandas paramilitares, a la vista de todos, para que irrumpan en la sede del Poder Legislativo; que amenaza con cárcel y persecución a dirigentes políticos, sociales y hasta a los parlamentarios; que dispara y reprime a quienes protestan en las calles de Venezuela; ese régimen, dice Rodríguez Zapatero, quiere negociar.
Que casi nadie crea en Venezuela en la vía del diálogo es fundamentado. El que se anuncia no promete ningún resultado, sino el de ganar tiempo para Maduro. Mientras Rodríguez Zapatero habla de diálogo, sus socios del gobierno insultan, amenazan y repiten que no habrá elecciones. El temor a la marcha del 3 de noviembre, al juicio político en la Asamblea Nacional y al resto de las acciones provistas por la dirigencia opositora es real. La estrategia puesta en marcha es doble: una consiste en amenazar, tratar de provocar el miedo en los ciudadanos; la otra, a cargo de Rodríguez Zapatero, es la del tercer capítulo de la farsa-diálogo, uno de cuyos primeros objetivos consiste en convencer a la oposición de que cancelen la marcha del próximo jueves, para ganar tiempo y crear desazón en los ciudadanos.
Miguel Henrique Otero, presidente editor de El Nacional
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