Según algunos eruditos filósofos la utopía se considera como la idea o representación de una civilización ideal, fantástica, imaginaria e irrealizable, paralela o alternativa al mundo actual. En tal sentido, al término utopía también se le puede denominar a aquel proyecto o doctrina que se considera idóneo, pero inviable o de difícil de poner en práctica, es decir, como la “utopía comunista” o la “utopía anarquista”.
En tanto que desde el punto de vista etimológico el término autocracia nos remite al francés autocratie, que a su vez procede del griego autokráteia. Se denomina autocracia al tipo de gobierno cuya ley superior es la voluntad de un único individuo, en tanto que se conoce como cleptocracia al sistema de gobierno que, en lugar de buscar el bien común, se centra en el enriquecimiento de sus propios dirigentes, para cuyo efecto aprovecha los recursos públicos.
La autocracia surgió en Rusia, cuando los zares eran autoridades que, a la hora de tomar decisiones e implementar medidas, no enfrentaban ningún problema. En general, todas las monarquías antiguas se acercaban a la autocracia, por cuanto el rey llegaba al poder por herencia o voluntad divina, y no tenía que rendir cuentas a ningún organismo, por lo que el resto de las personas, por lo tanto, carecía de la posibilidad de participar en la vida política (no sometía a votación a sus representantes, por ejemplo).
A lo largo de toda la historia, las monarquías tuvieron que adaptarse a los principios de la democracia, por lo que nacieron las monarquías parlamentarias y las monarquías constitucionales, en las que las atribuciones del rey son demarcadas, aun cuando existen otras figuras y organismos de poder, tales como Primer Ministro, presidente, legisladores, etc.
Se puede decir en definitiva, que lo opuesto a la autocracia es la democracia, por cuanto en sus sistema, el poder se encuentra repartido en la sociedad mediante distintos mecanismos, los cuales hacen posible que las decisiones que toman los gobernantes cuenten con legitimidad, por cuanto quien gobierna no lo hace en su nombre, sino en representación del pueblo.
Mientras que la cleptocracia supone la institucionalización de la corrupción y de la apropiación de dineros del estado en beneficio de los gobernantes, sistema que apela al clientelismo, nepotismo y otros mecanismos para saquear el tesoro público, en el que reina la impunidad, por lo que estando exento de delito y controlando el poder ejecutivo el poder legislativo y el judicial, la cleptocracia se afianza y perpetúa en el poder.
Entre las prácticas más habituales de una cleptocracia se encuentran el desvío de los fondos del presupuesto nacional, pues el dinero no se utiliza para lo que está destinado, y el aumento de impuestos permite al gobierno disponer de fondos adicionales, sin tener que brindar una contraprestación directa y sin rendir cuentas, todo lo cual configura un paraíso que enrique a quienes detentan el poder y su entorno, generalmente a través de testaferros que manejan jugosas cuentas bancarias en paraísos fiscales, a fin de evitar se comprueben sus delitos. Obviamente, un sistema corrompido como en una cleptocracia, suele provocar graves daños al país, pues el robo y el mal uso de los dineros públicos destruyen su economía, generan desempleo; los problemas sociales no son atendidos adecuadamente y se multiplican la pobreza, violencia y otros flagelos como los que desde hace años viene padeciendo nuestro país.
Los tres términos, es decir, la utopía, autocracia y cleptocracia se han enraizado desde hace 18 años en el cuerpo social del país, como consecuencia del abuso de poder de quienes con un cinismo propio de su naturaleza, han cometido las tropelías más grandes que se pueda imaginar, al extremo de que hoy en día Venezuela está sumergida en una profunda crisis política, económica, social y militar jamás imaginada, en la que cunde la burocracia, la ineptitud, la corrupción, la improvisación, la impunidad, el secuestro de los demás poderes, el desabastecimiento de alimentos y medicinas, los pésimos servicios públicos, y para colmo, el narcotráfico que navega con frondoso viento en popa. Bien lo afirmó el británico Lord Acton, cuando expresó: “El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Es claro y salta a la vista el populismo que a diario en sus intervenciones, muchas veces en cadena por televisión, Maduro devenido en máximo líder político de su partido PSUV, pone de manifiesto rimbombantemente con quienes se sienten marginados, a los que a menudo califica “la gente de a píe”. Claro está que el populismo, no es una ideología, sino que quienes lo utilizan canalizan a ese pueblo que no se siente representado por el sistema, tema este que los socialistas de nuevo cuño, mejor dicho, los socialistas marxistas, y mal llamados bolivarianos, le han sacado provecho hasta más no decir.
Venezuela está arruinada económica y moralmente y el régimen de Maduro no reacciona, y por el contrario se empeña en mantener el rumbo de su socialismo que no tiene doctrina alguna, lo cual muchos sociólogos la califican como “un arroz con mango”. La crisis que vive Venezuela es innegable, pese a la desenfrenada campaña que mantiene el régimen en todos los medios de comunicación con los que cuenta (televisión radio e impresos) en su afán de negarla, y achacarla más bien a la oposición con la manida frase de la “guerra económica”, supuestamente en alianza con el sector empresarial.
Con merecida razón en los cenáculos internacionales refieren que Venezuela es un “estado fallido”, calificativo que se usa en política internacional para determinar que un Estado no brinda las necesarias garantías para la convivencia de sus gobernados, y tampoco ofrece los servicios fundamentales que requiere el colectivo nacional. Hasta el propio Heinz Dieterich, teórico marxista, quien fuera además asesor del Comandante galáctico hasta dos años antes de su muerte, afirmó recientemente que “Maduro será irremediablemente derrotado por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y que la batalla es final”. Batalla ésta que está entrando en su fase conclusiva y cuyo desenlace que define al vencedor es previsible, como la batalla de Carabobo o la guerra contra el dictador Hussein.
La espantosa crisis que vivimos los venezolanos preocupa a líderes del Grupo de los 7 (G-7), que mediante declaración conjunta adoptada en la cumbre de Ise-Shima (Japón), los mandatarios de las siete potencias más industrializadas del mundo, instaron a Nicolás Maduro a “respetar los derechos fundamentales, los procesos democráticos, las libertades y el imperio de la ley”.
El régimen de Maduro aplica todas las argucias populistas y demagógicas, como la tan promocionada tarjeta del “Carnet de la Patria”, mecanismo de control social que utilizará como preparativo para las venideras elecciones, así como el ofrecimiento de viviendas, reparto gratuito de computadoras, generosos y espléndidos regalos a miembros de las Fuerzas Armadas (vehículos, viviendas), becas estudiantiles y demás prebendas, en su desenfrenado afán por aferrarse del poder.
Oscar Arias, ex presidente de Costa Rica y Premio Nobel de la Paz, conocedor de la tragedia que vive nuestro país expresó: “La historia juzgará a quienes sabían lo que ocurría en Venezuela, y miraron para otro lado”, al mismo tiempo que recordó a Elie Wiesel, sobreviviente de los campos de concentración y Premio Nobel de la Paz, fallecido hace unos meses, quien dijo que “dondequiera que hombres y mujeres sean perseguidos por su raza, religión u opiniones políticas, ese lugar debe convertirse –en el momento– en el centro del universo”.
Carlos E. Aguilera A.
Miembro fundador del Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)
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