domingo, 21 de agosto de 2016

Henry Ramos Allup: Aquellos enfermos que nos gobernaron.

Sería verdaderamente injusto cargar a la exclusiva cuenta del hijo devoto y heredero fallido, especie de síndico de la quiebra, la miseria arrojada sobre la Nación por el padre psicópata que además de despilfarrar y permitir el saqueo de la más descomunal riqueza que país alguno hubiese tenido jamás, lo dejó destruido, hambriento, enfermo, dividido y desesperanzado.

Pero sería también injusto atribuir la perseverancia en la calamidad únicamente a influencias de ultratumba o a la sola devoción del hijo por el padre ruin, cuando en realidad es la consecuencia de su cobardía enfermiza. Vamos, que como Maduro no manda ni en casa, en las contadas oportunidades que ha intentado corregir algo para medio parapetear la tragedia nacional tutelada por el fetiche sepultado en el Museo Militar, alguno o alguna, de buena o mala fe, le estruja que no se puede corregir ni en una pizca lo que dejó el comandante eterno, que los sacrosantos principios de esa birria que es la revolución chavista hay que mantenerlos así muera de hambre la totalidad del país y que no se puede admitir que nada ande mal ni tampoco que alguno de los inocultables problemas que padecemos sea consecuencia de la conducta patológica del ilustre muerto ni del modelo que a su imagen y semejanza impuso para que perdurase hasta el final de los tiempos.

He mencionado las palabras «cobardía» y «patología» y no es por cargar las tintas a uno y a otro canalla. No. Cobarde es Maduro por no atreverse a corregir aunque sea un poquitín la plasta, que en sus manos está hacerlo y no lo hace. Y cuando digo patología es para referirme a la parte de la medicina que estudia las enfermedades, incluidas las mentales que son peligrosísimas porque no se ven pero causan estragos. Las neurosis, taras, fobias, manías, complejos, esquizofrenias, paranoias y similares son tan enfermedades como cualesquiera otras, generalmente son más difíciles de sanar y por lo general nunca se curan sino que se agravan.

Si de enfermedades mentales se trata, depende quien sea el enfermo. Si es persona cualquiera el problema es meramente individual y familiar. Pero si el aquejado es el Presidente de la República la vaina es grave porque además del enfermo que ni cuenta se da (generalmente los dementes no saben que son dementes aunque actúen como tales) las víctimas de la enfermedad terminan siendo todos los habitantes del país.

Tampoco creamos que hayamos sido el único país que cayó en las desaforadas manos de un enfermo mental. No. Que ni en las desgracias este chiquero con aspiración de ser revolución es original. Releo un conocido libro titulado Aquellos enfermos que nos gobernaron (Pierre Acocce y Pierre Rentchinick. Plaza y Janés Editores. Barcelona, 1977), donde se narran las patologías de 28 gobernantes, entre ellos Hitler, Mussolini, Stalin y Mao, y las consecuencias que sus personalidades psicopáticas acarrearon a sus naciones y al mundo. En casos, los estragos continuaron después de su existencia física porque se les siguió temiendo después de muertos. En otros, las consecuencias perduraron porque quienes los sucedieron en el poder no corrigieron nada, unos por cobardes y otros para aprovecharse de la situación sin ser acusados de producirla.

Sugiero para el futuro que entre las exigencias para ejercer funciones públicas se requiera a los aspirantes la aprobación de un examen psiquiátrico fiable y del correspondiente electroencefalograma.

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