lunes, 29 de agosto de 2016

De la caída al resurgimiento. - Miguel Henrique Otero

Venezuela ocupa hoy un lugar en las preocupaciones de la inmensa mayoría del planeta.

Expertos gubernamentales, académicos, analistas del desenvolvimiento de la economía y la política, inversionistas, dirigentes de organizaciones especializadas en los derechos humanos, altos dignatarios de numerosas iglesias, parlamentarios de distintas ideologías, funcionarios de organismos multilaterales, presidentes en ejercicio, así como centenares y centenares de medios de comunicación, coinciden en esto: el régimen de Nicolás Maduro es insostenible. Por sí mismo se ha adentrado en un callejón sin salida.

Para sorpresa de quienes confiaban en el deseo de sobrevivencia, en el camino han desechado todas las posibles salidas a la crisis. Y ha tomado el rumbo de lo irreversible. El régimen escogió ponerse de espaldas al país. Ahora está arrinconado. Hablar de rechazo puede ser engañoso. Más apropiado es usar la palabra repulsa. Desesperado, no tiene otro recurso que refugiarse detrás de los militares. Su estrategia final es la de darle poder a quien ya lo tiene. Repartir cargos e instituciones, impotentes para resolver el hambre y la enfermedad. Maduro confía en que la represión lo mantenga en el poder. Maduro confía en que los militares dispararán en contra del pueblo desarmado que exige un cambio inmediato para Venezuela.

La semana pasada The Financial Times comparó la situación venezolana con la caída del Muro de Berlín. Junto con el de Rumanía, el de Alemania del Este era uno de los regímenes más represivos de lo que se llamó la Cortina de Hierro, término creado por Goebbels. El Muro de Berlín era, sin dudas, el lugar más simbólico de la frontera ideológica, política, cultural y física que separaba a las naciones libres de Europa de las que vivían oprimidas por los comunistas de la Unión Soviética. Hasta que la noche del 9 de noviembre de 1989, con picos y palas, pero también con pequeñas herramientas como destornilladores, martillos de uso casero, cuchillos de cocina y piedras que recogieron en el camino, miles y miles de berlineses rompieron el muro en varios puntos. El Muro de Berlín adquirió entonces su verdadera apariencia: una ruina. Un desecho, símbolo de los sufrimientos de una parte del pueblo alemán.

Es importante recordar esto: el Muro, construido de forma súbita entre el 12 y el 13 de agosto de 1961, fue una operación militar. Además de participar y vigilar su levantamiento, fueron sus protectores durante los 28 años que mantuvo separadas a las dos partes del pueblo alemán. Llegaron a este extremo: sembraron de minas las inmediaciones para evitar el deseo de millones de saltar hacia la Alemania libre. Cuando la gente comenzó a salir de sus casas, la noche del 9 de noviembre, los militares no se atrevieron a disparar. Guardaron sus armas, algunos huyeron del lugar, otros prestaron su apoyo a quienes demolían.

¿Qué pasó entonces con los miembros del Nationale Volksarmee, el Ejército Popular Nacional? Ocurrió un proceso múltiple: una parte pidió la baja y, en corto tiempo, dieron inicio a nuevas vidas, como empleados o como pequeños empresarios del comercio, el turismo o la industria. Otra parte fue incorporada a las fuerzas militares de la Alemania unificada. Un porcentaje se estableció en otros países, lo que suscribe la tesis del gusto de los alemanes por viajar y conocer el mundo. Una minoría fue juzgada por sus delitos. Periodistas y estudiosos que han indagado en el tema, han descubierto que en el pensamiento de la inmensa mayoría, el anhelo de libertades estuvo siempre presente. En el fondo, sus expectativas estaban con la democracia. Cuando ocurrió la demolición del Muro, no solo cayó un régimen, sino que surgió a la luz un deseo que había permanecido oculto u oculto a medias, incluso entre los miembros del Ejército Popular Nacional: una vida en libertad. Sin represores ni reprimidos.

29 de Agosto 2016
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