Asistí a la presentación del libro de Leopoldo López en Valencia. Fue un encuentro lleno de sentimientos contradictorios, porque mientras nos alegrábamos por la buena nueva que siempre entraña la publicación de un libro nos indignábamos, también, al ir conociendo las circunstancias adversas en que fue escrito y las vejaciones sufridas por el autor y sus familiares.
En el acto hablaron cuatro entrañables amigos y compañeros de lucha por la nación que sueña Leopoldo y la que dibuja en toda la extensión de su libro: la Venezuela donde “todos los derechos sean para todas las personas”. Intervinieron el Alcalde Alejandro Feo La Cruz, la periodista Charito Rojas, el Presidente del Ateneo de Valencia Elis Mercado Matute y el representante de Leopoldo, en esa y en todas las presentaciones de la obra Roland Carreño, un larense de mi mayor estima, quien le hace honor a la tenacidad de sus paisanos en sus afanes por reconquistar la libertad de Venezuela.
Leí el libro de un tirón porque uno va compenetrándose con las vivencias del autor, quien logra una inmediata empatía con el lector, no solo por la solidaridad que genera un venezolano privado de sus derechos humanos más elementales, sino porque Leopoldo logra emparentarse con lo mejor y más logrado de la literatura venezolana de la dignidad. Creo que desde la época de José Rafael Pocaterra no veíamos a un preso político tener la necesidad de sacar a hurtadillas de la cárcel el producto de sus desvelos literarios, por la oposición brutal de sus carceleros.
A ese nivel jerárquico de la literatura de denuncia es este libro, escrito con la donosura del oxímoron poético de “Preso pero libre”, de Leopoldo López Mendoza. Todo demócrata debe leerlo y guardarlo como testimonio de una época que no debe volver a la Venezuela decente que inaugurará el siglo XXI. Al igual de lo dicho por don Mariano Picón Salas, que el siglo XX venezolano no había comenzado sino después de la muerte del tirano Gómez, el XXI comenzará al superarse este entuerto histórico de Maduro y compañía.
Leopoldo exalta en este libro a líderes que lucharon por la libertad y la dignidad de sus pueblos, como Nelson Mandela, Martin Luther King, Vaclav Havel y Rómulo Betancourt. Sobre éste último dice Mario Vargas Llosa en su introducción a la obra: “Leopoldo López hace un gran elogio de Rómulo Betancourt, el líder de Acción Democrática que se enfrentó primero al generalísimo Trujillo (quien intentó hacerlo matar) y luego a Fidel Castro, sin complejo alguno, en nombre de una democracia liberal que trajo a su país 40 años de legalidad y de paz. Yo recuerdo el odio que teníamos a Betancourt, continúa Vargas Llosa, los jóvenes de mi generación cuando creíamos que la verdadera libertad estaba en Marx, Mao y en la punta del fusil. Vaya insensatos y ciegos que fuimos. El que veía claro en esos años difíciles, fue Rómulo Betancourt y es muy justo que Leopoldo López le rinda el homenaje que se merece aquel lúcido demócrata que salió de la Presidencia de Venezuela más pobre de lo que entró”.
Hay que ser sinceros, para quienes militamos en Acción Democrática, oír a Vargas Llosa decir que el representante más destacado de los jóvenes políticos de esta generación se expresara así de nuestro fundador lo acerca, aún más si cabe, a nuestros afectos y a nuestro ideario, desterrando cualquier duda que en el pasado hayamos tenido. Leopoldo se confirma en el pensamiento socialdemócrata que ya su partido lo ha expresado al integrar, junto a nosotros, la Internacional Socialista.
Felipe González, ese andaluz de la izquierda decente y universal, en el prólogo dice algo que trasciende a la obra y es cuando se refiere a la calidad humana de Leopoldo: “Cualquier lector que se asome a estas páginas de buena fe, sin prejuicios ni cegueras voluntarias, podrá deducir que la experiencia carcelaria de Leopoldo López no lo ha llevado al rencor contra sus opresores. Verá que incluso en la dureza de sus expresiones mantiene una firme voluntad de reconciliación y de paz al servicio de todos los venezolanos”.
Esa calidad humana de Leopoldo lo ha convertido en el preso político más conocido del mundo y tiene razón: ¡está preso pero libre! Los presos de sus conciencias y de la ideología demodé del siglo XIX, en pleno siglo XXI, son sus sádicos carceleros que ostentan el terrible y deleznable oxímoron contrario, ellos sí… ¡están libres pero presos!
aecarrib@gmail.com
@EcarriB
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