Una joven de 15 años sin insumos, ni dinero para comprarlos, llegó a la Maternidad Castillo Plaza y luchó para que la atendieran. Una muchacha de 21 años, que tenía el bebé muerto en el vientre desde hacía cinco días, no pudo ser atendida porque no había nada para hacerle el legrado. Una tercera mujer, de 20 años, se infectó porque tuvo durante ocho horas la herida de la cesárea abierta.
Amaneció con dolores y viajó dos horas en un autobús desde Bachaquero, en la Costa Oriental del Lago, hasta la Maternidad Armando Castillo Plaza, en Maracaibo. El chofer le dio la cola y llegó a la emergencia casi sin poder caminar. Había llorado en el camino y ahora estaba llorando frente al médico de guardia. No llevaba consigo ni un guante quirúrgico, solo tenía dolores, unos dolores que no sabía explicar porque apenas tiene 15 años.
Se llama Yoli González y es huérfana, por eso la acompañaba su madre de crianza, Ana Judith Marval; su hermano de 13 años, una hermana de nueve y una prima de ocho.
Son las 9:40 de la mañana.
A Yoli González le entregaron en la emergencia un papel con una lista de 22 medicamentos e insumos que debía llevar para que la atendieran. Sin eso no tenía opción. En la sala había dos mujeres sentadas que esperaban; otra, pasaba los dolores acostada en una colchoneta. En el lugar había olor a sangre, a ácido, a orine, a “algo” que le producía náuseas a Yoli. Lloraba porque tenía dolores y porque su madre estaba peleando con los médicos.
“Aquí se las voy a dejar, ella tiene dolores y es una menor de edad. Nosotros no tenemos ni medio para comprar todo eso. ¿De dónde vamos a sacar si no hay ni para comer?”, reclamó Ana Judith. A la mujer la sacaron por un brazo dos personas de seguridad de la Maternidad. Yoli quedó adentro llorando.
Los gritos de la madre de Yoli resonaban en la plaza que está frente al centro de salud.
“Yo les dije: `Doctora nosotros no tenemos los recursos para comprar todo esto porque en verdad no tenemos dinero. Somos familias que no tenemos plata. Ella dice que obligado tenemos que comprarlo porque no le van a atender el parto. ¿Por qué tiene que ser así? Ella es menor de edad. Ellos como sea tienen que auxiliar el parto”, gritó Ana Judith.
La queja de la madre hizo que surgiera una solidaridad inmediata entre quienes esperaban en la plaza. Yoli ya tenía 41 semanas de embarazo. Salió de la emergencia y volvió a la plaza. En la manta guajira que llevaba se notaba el manchón de sangre, los dolores no cesaban pero la sacaron porque debía hacerse un examen.
Una mujer que tenía a su hermana en la sala de parto, con su sobrino a punto de nacer, le regaló un par de guantes. “Nosotros compramos varios por si pedían de más y no me importa regalárselos a ellas porque la muchacha está mal, ya está sangrando”.
A Yoli le dijeron que debía ir por detrás de la emergencia para hacerse la hematología completa que pedían, caminó con su madre de crianza y sus hermanos. Todos se vinieron desde Bachaquero, todos pidieron la cola. Yoli lloraba, los dolores no cesaban y la sangre que le corría por las piernas, tampoco.
Ocho horas con la herida abierta
En el lado derecho de la plaza está un muchacho y su madre. Adentro, en la maternidad, está una joven de 20 años que es su hermana y que se llama Kelly Rodríguez. Había tenido un varón la noche anterior, y está infectada. Le hicieron cesárea para sacarle a su hijo y estuvo con la herida abierta desde las 9.00 de la mañana hasta las 5.00 de la tarde porque no había con qué esterilizar las pinzas para sutura. El muchacho está preocupado y también la madre: teme por su hija y teme por su nieto. Cuando le permitieron ver al bebé, notó que “no le cabía una picada más de zancudos. Claro, porque arriba en las habitaciones no hay aire y las ventanas no tienen vidrio y están abiertas”.
Cuentan los familiares que tuvieron que comprar todo lo que les pidieron y ya ni recuerdan cuánto fue el monto. El muchacho presume que fueron “como 20 millones o más. Todos tuvimos que poner algo. El marido, que fue el que dio menos, puso siete millones y los demás entre mi mamá, mis hermanos y yo. Eso sin contar que no se conseguían”.
Quedaron “quebrados”. El muchacho dice que nadie tiene plata ni en la cuenta ni en la cartera. “Ahora están pidiendo otras cosas y mis otras hermanas y un cuñado fueron a ver si nos prestaban un dinero”.
Para atender a Kelly, que ya para el momento tenía 26 horas en el hospital, necesitaban comprar Gerdex que es un esterilizador y se los vendían en 3.800.000 bolívares. Además debieron pagar 5.000.000 para otros insumos como gasas y antibióticos, sin incluir el dinero que gastaron en comprar comida para la muchacha. Son las 11.00 de la mañana.
“Ahora nos quieren mandar a comprar otros seis medicamentos. Ya no tenemos de dónde sacar plata”, se quejó el hermano. “Yo quiero que nos entreguen a mi sobrino porque mi mamá lo vió y está todo rojo y con ronchas por las picadas de zancudos y no quiero que el bebé agarre una infección. Allá adentro eso está horrible”.
Salvar a la madre o al bebé
Lo que le pasa a María Estefanía De La Torre es igual de crítico, de delicado, de trágico, aunque sus tías dicen que “es peor”. Las tres Marías, como ellas mismas se presentaron, habían llegado con su sobrina la noche anterior. Ya es medio día y tienen el alma en un hilo.
La sobrina embarazada tiene 21 años, seis meses de gestación y una hemorragia que no se detiene, ni merma. “Ya nos dijeron que nos teníamos que llevar a mi sobrina para otro lado porque aquí en la maternidad no hay Unidad de Cuidados Intensivos de alto impacto. Es decir, mi sobrina se puede salvar, pero el bebé no”.
De nacer el niño deberían intubarlo para poder salvarlo y en la maternidad no está el espacio, ni la opción para atender este tipo de emergencias. Eso fue lo que le contaron los médicos a las Marías; eso es lo que las tiene preocupadas.
Cuando habían optado por llevar a su sobrina al Hospital Universitario de Maracaibo, que queda al lado del centro de salud, a escasos tres minutos, la joven se complicó: “Tiene otra crisis de hemorragia y los médicos están preocupados. Ya estamos desesperadas”.
Hasta la pinza para el ombligo
Yuletzy Boscán tiene 20 años y un embarazo de 40 semanas completas. Es la única del grupo que va de la plaza a la emergencia sin llorar, sin quejarse, sin reclamar. Está sentada con su hermana, lejos del grupo de familiares y embarazadas que gritan, que corren de un lado a otro pidiendo prestado insumos, y también lejos de la madre de Yoli, la jovencita de 15 años, que amenaza con “caerle a piedras a los vidrios de la maternidad” si no atienden a su hija.
A Yuletzy la está acompañando su hermana Yuliet. Al lado tienen una bolsa en la que llevan todo lo que les pidieron. “En todo esto gastamos 60 millones de bolívares. Que si hubiésemos sabido de esto la metemos en una clínica privada”.
Saca la cuenta y desglosa por encima lo que compraron. Frascos de soluciones en 700.000 bolívares cada uno; 10 compresas, cada una en 1.200.000; ocho pares de guantes en 200.000 bolívares. El kit de cirugía que incluye la bata, gorros y tapa bocas en 3.500.000.
A la embarazada y a su hermana les sorprende lo que tuvieron que pagar por otro de los insumos que le pidieron. Se llama lápiz de cauterio y se utiliza en intervenciones quirúrgicas “para extirpar tejidos dañinos o indeseados”. “Este bicho nos costó 2.500.000 bolívares, sin contarle que tuvimos que traer 25 hojas carta blancas y hasta la pinza del ombligo de la bebé que va a nacer”.
Mientras la hermana cuenta sobre todo el gasto que han tenido, la joven entra y sale de la emergencia. Le dice en el oído a su hermana que ahora necesitan una aguja para la anestesia raquídea. La muchacha se levanta, ambas buscan un teléfono para llamar al papá de la bebé y le cuentan.
En menos de cinco minutos el hombre devuelve la llamada. Pregunta qué pasó con la otra que habían llevado. Los médicos explican que no es la que necesitan, que debe ser extra larga. Por primera vez se desesperan. “El esposo de mi hermana me acaba de decir que la agujita que piden cuesta 700.000 bolívares. Tengo que ir a buscarlos”.
Mientras espera que la busquen para ir a pagar por la aguja, cuenta: “Yo la estoy ayudando a ella porque yo salí embarazada y a mí el papá de mi hijo me dejó sola meses antes de parir. Fue mi otra hermana la que me apoyó en todo y me ayudó con todo. Yo no tenía trabajo, no tenía nada. Ahora me toca a mí ayudar, porque yo sé lo que es esto”.
***
Ya es mediodía. Yoli, la muchacha de 15, sigue sangrando. Está sentada, llorando en una banca de la plaza. Llegaron más familiares. Hay caos porque nadie tiene dinero. Solo la madre mantiene entre sus manos el par de guantes que le regalaron.
“Cinco días con mi hijo muerto en la barriga”
Adonay Villasmil llegó a la maternidad con su esposa. Lo acompañan sus suegros y un amigo. Vienen de estar en un ambulatorio y en el hospital Noriega Trigo en el municipio San Francisco del estado Zulia. Se une al grupo de la queja. Reclama: “Piden de todo y me bombean de un lado para otro”.
Cuenta que su esposa tenía dos días “sin sentir al bebé. A los tres meses ya se movía, pero se asustó porque no estaba sintiendo lo mismo. La llevé al médico a hacerse un ecograma y se dieron cuenta de que el bebé estaba muerto”.
Al día siguiente fueron a un ambulatorio en el municipio San Francisco y le pidieron insumos que no pudo conseguir ese mismo día. Ya habían pasado cuatro días de la noticia.
El día quinto logró conseguir los antibióticos y otros insumos que habían pedido, como los guantes: “Me dijeron que tenían que hacerle eso en la maternidad y por eso nos vinimos para acá. Ya mi esposa tiene cinco días con mi hijo muerto en la barriga”.
Justo cuando estaba contando su tragedia salió su esposa y le dijo: “Vámonos de aquí, no me pueden hacer nada porque no tienen nada para hacer lo que me tienen que hacer. Dicen algo así como legrado, pero no sé. Me dicen que vayamos al Universitario y apúrate que siento que me voy a desmayar”.
El parto de Yoli
Pasadas las 12.30 del mediodía aun en la emergencia no atendían a Yoli. A esta hora ya habían llegado nueve adultos y cinco niños de su familia y amigos. Todos reclamaban, todos pedían ayuda. Una de las amigas sacó de una bolsa una tasa de arroz con salsa de carne. Todos comieron con la misma cuchara, menos Yoli que aunque también tenía hambre no podía ingerir alimentos porque estaba en proceso de parto.
Yalenis, la hermana de Yoli, llegó molesta y le dijo que por qué no habían tomado previsiones, que era una irresponsabilidad del papá del niño no haber comprado nada para cuando llegara la fecha. “Me dijiste que algo habían comprado, qué fue lo que hizo ese hombre con la plata. Que no se aparezca por aquí porque me va a escuchar”, gritó indignada.
Yoli lloraba. A esta hora ya la manta de florecitas amarillas estaba sucia. Se le había mezclado el polvo de la banca donde estaba sentada con la sangre que botaba.
En ese momento llegó Ángel González, la pareja de Yoli. Un muchacho de 20 años, con un morral tricolor de los que regaló el Gobierno, un suéter de rayas verdes y azules y una gorra. No habló con nadie. Yoli le pidió que la abrazara.
La hermana insistía con rabia en que buscara dinero, que comprara lo que se necesitaba. El hombre no hablaba, no levantaba la cabeza. Entonces fue cuando Yoli gritó: “¡La plata la gastamos en comida. ¿Qué querías, que nos muriéramos de hambre?!”. Yalenis seguía reclamando, amenazaba al cuñado: “¡Si le pasa algo a ella es culpa tuya!”. Yoli le dijo a su pareja: “Andá a buscar las cosas, andá a vos sabéis cómo y traé lo que consigáis”.
La furia de Yalenis se acrecentó: “¡Vos sabéis a lo que lo estáis mandando. Vos sabéis que eso no está bien. Esto era lo que faltaba”.
Todos rumoraban la osadía de la muchacha. Estaba mandando a su esposo a robar. Pero llegó un hombre con franela gris y un morral rojo. Entre dientes dijo que tenía insumos y que vendía todo lo que tenía en 1.000.000 de bolívares. Había gasas, guantes, solución, y hasta el lápiz de cauterio que le había costado a otros familiares 2.500.000 bolívares. Era una ganga.
Pero la familia de Yoli no tenía dinero. El marido nada decía. El hombre que vendía los insumos, al ver la emergencia, comentó que se los quería regalar, pero le indignaba la actitud de la pareja de la jovencita de 15.
Yoli seguía sangrando, lloraba mucho más por el dolor. Seguía de pie, el marido solo la tomaba de la mano. Los familiares le gritaban al muchacho que buscara el dinero, que le comprara los insumos al hombre, que hiciera algo. La desesperación hacía que los gritos de todos se escuchara hasta dentro de la emergencia.
La situación hizo que la seguridad de la maternidad escuchara lo que pasaba. Salieron tres de ellos y buscaron al hombre del morral, le preguntaron de dónde había sacado los insumos, dijo que eran de su hermana que los había comprado para su cesárea y luego no los usó. Se lo llevaron detenido y le quitaron el morral.
En menos de cinco minutos salió una enfermera y gritó: “Yoli González que entre. Tráiganla que ya están aquí los insumos para que la atiendan”. La muchacha entró, los familiares se quedaron afuera y el hombre del morral retenido hasta que demostrara que tenía facturas de lo que llevaba. Todo lo usaron para atender a Yoli.
A las 2.15 de la tarde nació el bebé de la jovencita de 15 años, fue un parto normal. El bebé pesó dos kilos y midió 50 centímetros. En ese momento comenzó el otro conflicto. La hermana dijo: “Ese carajito no se va a llamar Ángel como este parásito, se tiene que llamar Cristian David”. El marido de Yoli no dijo nada. Ni siquiera levantó la cabeza.
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