Es fácil pensar que una dictadura está más allá de toda lógica. Pero no, las tiranías siguen una siniestra lógica que se ha repetido a través de los años y las culturas.
El ascenso de un tirano se monta sobre la necesidad que genera una angustia. Se busca un resolvedor que ofrece o pinta como el recurso para salir de abajo. Pero la mayor parte de los generadores de angustia son las propias carencias, la propia incapacidad de la gente para abordar y resolver sus propios problemas. Pero esto es difícil de entender y es más fácil evadir la propia culpa. Se busca a otro culpable y, de manera similar, se busca a otro que resuelva.
El rentismo no es un accidente. Es el recueste de un pueblo en una riqueza efímera y no producto del propio trabajo. Esa riqueza efímera es atesorada por un gobierno que la usa para envilecer, más aún, al pueblo recostado.
Al principio la dictadura genera argumentos e ideologías, cuentos y santorales. Pero en cuanto los problemas persisten y se agota la riqueza efímera, el dictador se descubre, se deja de mascarillas y saca los dientes.
Esa parece ser la historia que sigue en nuestro país. La ideología va siendo sustituida por la represión. Al comienzo sutil y discriminada, pero la represión tiene un gusto que alienta vocaciones escondidas que se irán descubriendo.
Los opositores resultarán muy incómodos. La democracia, la Constitución y sus libertades, muy irritantes. Las discrepancias entre los propios adeptos se transformarán en sospechas. El hambre y la miseria persistirán por lo que los hambrientos y miserables también serán reprimidos. La represión será el soporte y, con ella, el aparato represor, la policía política y sus accesorios. Un aparato represor que irá ocupando todos los espacios incluyendo los operadores, jueces, rectores y hasta la propia intimidad del dictador.
Un curso hacia la soledad y el suicidio. Un curso que puede estar lleno de violencia y sangre.
Aún hay tiempo para el entendimiento y parar esa lógica siniestra.
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