martes, 25 de octubre de 2016

Algunos no necesitan enemigos - Antonio A. Herrera-Vaillant

La catástrofe que implacablemente va impactando al pueblo venezolano puede acarrear cierta bendición a más largo plazo.

Desde Puerto La Cruz.- Uno de los grandes temores de cara al futuro es que la actual pesadilla venezolana llegue a ser recurrente, continuando una amarga experiencia de dictadura y odio de clases y razas desatada aquí desde los albores de la Independencia por José Tomás Boves, y renovada por sus émulos en distintas etapas.

El fenómeno no es exclusivamente criollo: Existen resentidos sociales y fracasados en casi todo el planeta que retoñan con la persistencia de una mala hierba, encubriéndose con diversas etiquetas políticas y ante cualquier coyuntura que propicie sus venenosos desahogos.

Quién lo dude apenas debe observar el exabrupto oportunista de PODEMOS en España – ofreciendo nada menos que la resurrección de todas las bajas pasiones é ímpetus destructivos que en su momento alimentaron sanguinarios personajes como la Pasionaria, hace ya casi 80 años.

Acá la extrema izquierda endógena pasó los 40 años de democracia encerrada en un 10% aproximado de la población – y luego incrementó su capital político en los últimos lustros a cuestas de un desaparecido caudillo y montada en la mayor bonanza petrolera de nuestra historia.

Ahora los sucesores colectivos – sin sus recursos y carisma - parecen hacer cuanto estar a su alcance para borrar con desaciertos todo vestigio favorable al legado de quién yace sepultado para la eternidad. “Sic transit gloria mundi.

La catástrofe que implacablemente va impactando al pueblo venezolano puede acarrear cierta bendición a más largo plazo. Por algo se ha repetido siempre que no hay mal que por bien no venga.

En Venezuela existe la posibilidad de lograr que – con paciencia y estricto apego a una profunda vocación democrática – la presente hecatombe se transforme en fuerte rechazo contra toda tendencia política que vuelva a recurrir a semejantes prédicas.

La reciente decisión de la Sala Constitucional del TSJ – más allá del abuso y cuestionable constitucionalidad – puede ser el puntillazo final al mito de quién en vida dio nueva vida a las divisiones sociales, sectarismos, enfrentamientos y abusos de poder.

Al centrar todo el poder en manos del actual equipo de gobierno, eliminando contrapesos que toda auténtica democracia exige, apunta a ese mismo ejecutivo como único responsable ante la historia de la perfecta tormenta económica, política y social que ya parece inevitable – y blanco de todas las críticas que de ella deriven.

Ni un eventual laboratorio de guerra sucia pudo diseñar una medida tan eficaz para rematar políticamente a los “beneficiarios” de la medida tomada. Con “amigos” así nadie necesita enemigos.

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