domingo, 30 de octubre de 2016

En torno a la impopularidad actual de las Fuerzas Armadas - Alonso Moleiro


Cuando se discute en torno a la existencia de un estado fallido, porque vemos a los malandros portando granadas, muchas veces se suspira en torno al destino y condición actual del Ejército y la Guardia Nacional

En algún momento de los años 90, incluso entrado ya el siglo XXI, las Fuerzas Armadas venezolanas ostentaban, en todos los sondeos demoscópicos, un enorme prestigio en la opinión de los venezolanos. Aún con la carga a cuestas, por ejemplo, del memorial de procedimientos represivos del 27 de Febrero de 1989, y del saldo cruento de los dos pronunciamientos militares chavistas de 1992.

Con décadas alejadas del debate público, sirviendo de soporte al intercambio de gobiernos civiles, apartada de las tiranías de otras latitudes, en la impresión general de los venezolanos el mundo militar era el mundo de la eficiencia. Aquella impresión descansaba, en parte, en la conclusión general que ofrecía a todos la dictadura de Marcos Pérez Jiménez: un gobierno represivo y corrupto, que el país quería dejar atrás, pero que concretó, sin embargo, la gestión más solvente del siglo XX venezolano.

El prestigio del mundo militar estuvo en los años 90 tan consolidado, que con frecuencia los gobiernos civiles de Pérez y Caldera los utilizaban para atender contingencias; huelgas generales o entuertos de emergencia. La opinión pública, que era muy crítica del proceder civil, saludaba ocasionalmente la decisión de militarizar.

Los imperativos militares sugerían disciplina, integridad, apego a lo nacional. Las Fuerzas Armadas, los medios de comunicación y la iglesia eran los sectores más populares de la sociedad. Sobre aquel mito del orden militar y el amor a Venezuela pudo transitar durante un tiempo Hugo Chávez en las simpatías de ciertos sectores de la clase media y la clase media popular. 

Transitado lo que llevamos de chavismo, ahora que el país ha sido llevado a este tormento de gestión que adelanta Nicolás Maduro, si algo ha de producir sorpresa es, precisamente, el desplome del prestigio de la institución militar entre la gente. Remontadas las victorias electorales de Chávez, y el mito de su muerte, de la mano de los militares el país asiste al teatro de su propia ruina, adquiriendo alimentos de acuerdo a lo que indique el terminal de la cédula y haciendo colas desde las 3 de la madrugada para abastecerse. Hoy, de acuerdo a los últimos sondeos demoscópicos, las cotas de rechazo en las Fuerzas Armadas sobrepasan casi 65 por ciento del total del país.

No se trata únicamente de algunas voluminosas historias de dolo personal y corrupción jamás investigadas. La entronización de lo militar en la gestión pública está consolidando la cultura de las colas, del burocratismo, de la migración de mercancía, de los intereses creados, del tráfico de combustible, del matraqueo, de la minería ilegal. Cuando se discute en torno a la existencia de un estado fallido, porque vemos a los malandros portando granadas, muchas veces se suspira en torno al destino y condición actual del Ejército y la Guardia Nacional.

Los venezolanos estaban muy orgullosos de sus Fuerzas Armadas hasta hace unos años, porque no daban golpes de Estado, porque sostuvieron procesos democráticos, consolidando la cultura de la libertad, honrando la voluntad popular durante estas décadas. Hoy ya no lo están. Las imposiciones militares chavistas se parecen mucho a unas cadenas, y la lectura tramposa e interesada de la Constitución se está imponiendo sobre lo que piensa la mayoría.

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