Mérida, la hermosa, la ciudad de los caballeros, la de los cultivos de frutas y verduras, la de los mercados multicolores abarrotados de víveres, la de los deliciosos pasteles, la de gente trabajadora, amable, fraterna, la de los frailejones con sus flores amarillas enmarcados en el azul purísimo de un cielo paramero ,y un sinfín de cualidades que la hacían el lugar más atractivo para propios y visitantes, está padeciendo del ataque de calamidades tan perniciosas como aquellas relatadas en el libro del Éxodo.
En realidad, hay problemas y muy serios: En nuestro caminar, en nuestras conversaciones recogimos opiniones de personas que hace vida en nuestra ciudad y en resumen estas son sus preocupaciones más acuciantes:
Inseguridad cada vez más desbordada que hace que todos los días pierdan la vida hombres de honor en manos de malvados asesinos La gente-y no es el deber ser-se refugia en sus casas como si de cárceles se tratara para minimizar el peligro que los acecha en cada lugar, a cualquier hora.
La falta de suministro de agua potable. Hay problemas. Se están buscando soluciones. Hablan los encargados de Aguas de Mérida. El Gobernador da su opinión, pero el caso es que pasan los días y los merideños no se pueden bañar, no pueden preparar sus alimentos, en fin, están pasando por la tortura de lo que significa carecer del vital líquido.
Los constantes apagones que nos tienen en zozobra, porque nadie se puede adaptar a vivir sin electricidad, y más cuando, aunque lo parezca, no estamos en la Edad Media, sino en el siglo XXI.
La basura, en calles, avenida, plazas, La ciudad está sucia, fea, y tiene mal olor. Los organismos encargados no encuentran soluciones, se culpan unos a otros y los habitantes no colaboran en hacer un buen manejo de sus desechos. Falta cultura para el reciclaje, que es una solución, y no hay civismo en este sentido. Moscas, ratas y otras alimañas se pueden encontrar en toda la ciudad.
El trabajo de los habitantes está limitado y se ve interrumpido constantemente por las fallas tanto en la telefonía celular y fija, así como de la internet. Toda la actividad en la oficina, en el comercio, en la casa se detiene. Horas perdidas. Añadimos las fallas en los puntos de venta, única forma de pago, que obligan a los clientes a entrar en pánico y a los dueños de tienda a elevar oraciones o a lanzar sortilegios para ver si el punto de venta, arranca.
Las largas y humillantes filas que tenemos que hacer para realizar cualquier actividad. Frente a organismo público, en los bancos, en los supermercados, en las ventas de charcutería o carne y ni que decir de las agobiantes colas que se forman para tratar de abordar una unidad de transporte,
La falta de medicinas, sus altísimos precios. La escasez de alimentos regulados, que obligan a que, por pura necesidad, tengamos que hacer el esfuerzo de pagarle a un bachaquero (otra plaga) 250 mil bolívares por un paquete de harina pan.
Repuestos, baterías, aceites, filtros para vehículos, por las nubes. El parque automotor ha disminuido y seguirá en caída libre, porque como dice un amigo: "Me tocará vender la camioneta para comprarle los cauchos”.
Y algo que nos preocupa enormemente, se trata de la actitud de las personas. Se siente un ambiente pesado, triste, de soledad. No hay sonrisas en los rostros. Salvo los niños que mantienen su inocencia, los adultos en su mayoría llevan una carga muy pesada que se refleja en sus miradas y en su accionar.
Como colofón podríamos apelar a la religión budista que nos enseña “Todas las cosas condicionadas son transitorias”. Tener fe y esperar con optimismo que lleguen cambios positivos a nuestra Mérida.
10 abril, 2018
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