La política del sometimiento a dolor, hambre y muerte en Venezuela muta por minutos. El régimen busca negociar con presos políticos los términos de su permanencia o no en el poder. Mientras, continúa su estrategia de destrucción.
La pregunta es recurrente ¿Cómo hacen para sobrevivir los millones de venezolanos que ganan sueldo mínimo? Lo cierto es que es tema de supervivencia extrema. Muchos con la esperanza de terminar la pesadilla, otros muchos, sin saberlo, muriendo sin esperanzas.
La dictadura ha diseñado un aparato para imprimir muertes lentas como método de dominación.
Así pues, familias enteras comen una vez al día, pacientes, adultos y niños, batallan por valentía ante enfermedades sin medicamentos necesarios, el hampa se hace más estructurada, la violencia asesina es desproporcionada y negociada, y la hiperinflación destroza cualquier sosiego.
Ellos lo saben, van arrancando vidas de a poco. Suprimiendo la salud, promoviendo la reaparición de patologías superadas hace 50 años, paludismo, polio. Y van consumiendo todo, como un virus que fue incubando.
El vector ya lo conocemos. Está en Miraflores, y en Venezuela no hay vacunas.
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El Zulia es hoy una caverna, tapiada con ineficiencia y funcionarios de mal teatro que explican la causa de los apagones de forma tan ridícula que la prensa internacional no se resiste en presentarlos como colmos de la ignorancia malintencionada.
Cuatro sablazos de apagones al día castigan a enfermos, a niños a ancianos y ahora a hospitales. Maracaibo paga caro. Hay desespero, rabia, impotencia contenida. Todo se vuelve improductivo, lento, fastidioso.
Es la región en la que se congela el tiempo con 40 grados centígrados. El gobernante de turno extraviado, igual que el virus en Miraflores. Y en Venezuela no hay vacunas.
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