El vicepresidente nacional de Acción Democrática, Antonio Ecarri Bolívar afirma que la casi unanimidad de los países del mundo quieren ayudarnos; solo falta que los venezolanos se pongan de acuerdo.
Tengo un viejo amigo maracucho quien, para hacer honor a su gentilicio, es un grandísimo mamador de gallo y cada vez que quiere sincerar una conversación interrumpe cualquier discusión con esta pregunta que, sin dudas, es casi una amenaza aunque graciosa: “¿vamos a hablar como caballeros o como lo que somos?”. En su homenaje, y para seguir con la chercha acostumbrada en nuestros diálogos, voy a comenzar a hablar como “lo que somos” para decir que los políticos debemos sincerarnos frente al país y decir verdades aunque duelan, porque la prioridad es Venezuela y lo secundario son nuestros cálculos y aspiraciones personales, por más legítimos que puedan ser.
Comencemos, entonces, por preguntarnos: ¿qué es lo que está estorbando un gran acuerdo nacional para salir de esta pesadilla? La pregunta puede sonar ingenua si no la explicamos.
Aquí va el razonamiento: si en todos los sectores que integramos la plural alternativa democrática estamos conscientes de que seguir con este gobierno se van a agravar todos los problemas que padecemos: desde la hiperinflación que mata de hambre al pueblo, hasta la inseguridad que también lo elimina progresivamente y sin parar; si creemos que es urgente reinstalar un gobierno democrático eficiente, con un programa en el que todos estamos de acuerdo para refundar la República y sus instituciones, entonces, vuelve la pregunta ¿por qué seguimos sin celebrar ese acuerdo nacional que nos reclama, a gritos, toda la sociedad democrática venezolana que es rotundamente mayoritaria?
No tengo una respuesta definitiva, porque aún no he podido hablar este tema con todos los líderes de la alternativa democrática, aunque sí con algunos muy importantes. Casi todos me hablan como “caballeros” y no “como lo que somos”. Eso no me tranquiliza, sino por el contrario me molesta sobre manera, porque al responderme con slogans y no con reflexiones serias, intuyo que están pensando en lo inútil que es perder el tiempo con quien presumen tiene una posición irreflexiva y sectaria. Lo digo con propiedad, porque también tengo esa misma tendencia apriorística a etiquetar, a cada dirigente, con las banderas de su organización y, entonces, uno presume que se pierde el tiempo con quien uno cree que expresa una política irrevocable, sin marcha atrás.
Debo aclarar, antes de continuar, que tengo en la más alta estima a casi todos los líderes de la oposición venezolana. No me solazo etiquetando a dirigentes, diferentes a los de mi partido, con los remoquetes de “traidores”, “comeflores”, “vendidos al gobierno”, “guerrilleros del teclado” y ese largo etcétera de improperios infecundos, que solo llevan agua al molino del gobierno. Sin embargo, debemos hacernos una autocrítica sincera: no nos hemos puesto de acuerdo, como lo hicimos en las parlamentarias del 2015, porque se nos metió en la mollera (para continuar con la jerga marabina) el exabrupto de que como el gobierno estaba caído había que ver quien llegaba primero, en breve y corta carrera, a Miraflores. Me imagino, que, a estas alturas, ya todos tenemos claros que la carrerita no era tan breve y tan corta, por lo que hay que replantearse el maratón.
Ahora bien, si toda la comunidad internacional nos exige unidad porque nos ven como el único obstáculo para salir del gobierno y producir el cambio imprescindible en Venezuela, seríamos bien irresponsables y suicidas si no nos empinamos por encima de nuestras diferencias para solidificar la oposición al régimen. Ya nos dijeron las cosas con mucha claridad: no va a haber invasión armada, no van a alentar golpes de Estado, solo quieren ayudarnos, siempre y cuando nos dejemos ayudar.
¿Cómo nos van a ayudar?: desconociendo al gobierno que pretenden inaugurar a partir del 10 de enero del próximo año, pero ello por sí solo tampoco va a producir el cambio aspirado por todos.
Esto no es una suposición ni simple aspiración voluntarista, lo dijo, nada más ni menos que el gobierno aliado del régimen y que hoy dirige al Reino de España, a través de su más conspicuo representante de cara al exterior, el canciller Josep Borrel. Si eso lo dice un aliado del régimen, dígame usted que estarán pensando el resto de las Cancillerías europeas que piden enjuiciar a Maduro ante la Corte Penal Internacional; o Donald Trump y los gobiernos radicalmente en contra, como los de Colombia, Brasil, Argentina y Chile, junto al resto del Grupo de Lima.
Así que la casi unanimidad de los países del mundo quieren ayudarnos y nosotros no terminamos de ponernos de acuerdo, porque no hablamos “ni como caballeros, ni como lo que somos” y no nos atrevemos a decir que el estorbo son las ambiciones personales y los cálculos de quienes aspiran presidir el nuevo gobierno. Eso es legítimo, lo que no es correcto ni ético es sabotear las eventuales elecciones mientras “el calculador” no tenga en su bolsillo el supuesto liderazgo de la opción opositora.
El tema es fácil de dilucidar, si actuamos con sensatez: cumplamos el acuerdo que ya firmamos todos los partidos políticos el año pasado y que hemos obviado vergonzosamente: vamos a unas primarias y que sean los ciudadanos, en libérrimos comicios dirigidos no por el CNE sino por nuestros testigos opositores, quienes definan eso y, luego, ese líder encabezará la lucha, junto a la comunidad internacional, por condiciones decentes de participación.
Pensar en algo distinto es seguir haciendo un ridículo suicida ante el mundo por no querer hablar ni “como caballeros ni como lo que somos”, según el dilema de mi amigo maracucho.
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