TEXTO: ALEJANDRO RAMÍREZ MORÓN | FOTOGRAFÍA: DANIEL HERNÁNDEZ
La debacle roja rojita hace que la soga reviente por el lado más flaco: la infancia. El fenecido Hugo Chávez juró por lo más sagrado -en la campaña presidencial de 1998- que no quedaría un solo niño de la calle, al cabo de unos pocos años. Sin embargo, andan por ahí todavía, ahora más que nunca. La data estadística de Unicef revela una relación más o menos directa con la bonanza petrolera. Pero, cuidado, tras la mano inocente que se extiende pidiendo dinero, por lo general está un adulto criminal que la explota sin piedad
Dolor. Esa es la palabra. Los niños de la calle llevan dolor. La infancia está supuesta a ser un oasis de felicidad en la vida de un ser humano. Dicen los que saben que son años cruciales, en los cuales una persona sienta las bases más esenciales de lo que será su vida futura. ¿Por qué algunos niños viven al margen, en los extremos, en la más aciaga periferia? ¿Por qué hay otros que crecen fuertes y sanos, no digamos en mansiones, sino al menos con comida, educación y calor humano?
La vida es contradicción. Y Caracas –ya se sabe- es una ciudad de contrastes. Pero algunos de ellos son realmente inmorales. Uno puede estar comiendo en otro restaurante “fancy” de Altamira. El diseño post moderno ha puesto de moda las paredes de vidrio. Entre el borde rojo sangre de un carpacho de lomito y la mano extendida de un niño de la calle pidiendo limosna, puede mediar un diámetro escaso. Hugo Chávez juró -por todos los ángeles- que no habría uno más.
Según establece un despacho del diario El País, de España, fechado el pasado 13 de marzo de 2018, alrededor de 240.000 niños, niñas y adolescentes viven –a esta hora- en instituciones, hogares u orfanatos. Bajo la franja de los 3 años de edad, está 10% de ese total. Cerca de 50.000 tiene alguna discapacidad. Data de Unicef revela que 300 millones de niños en todo el mundo, entre 2 y 4 años, son habitualmente víctimas de algún tipo de violencia. El castigo físico alcanza a un universo de 250 millones de niños. Luego, los niños -en el orbe- no la pasan tan bien como pensamos.
Para Unicef la explotación económica atenta contra el desarrollo integral de las personas. La Convención sobre los Derechos del Niño, y la Ley Orgánica para la Protección de Niños, Niñas y Adolescentes, reconocen los derechos de este segmento de la población a estar protegido contra cualquier forma de violencia, de modo particular si se encuentra en situación de calle o siendo víctima de abusos y explotación.
Según el ente multilateral, si no se toma ya mismo cartas en el asunto, para 2030 un total de 167 millones de niños vivirán en la pobreza, y 60 millones de niños en edad de ir a la escuela primaria estarán fuera de ella. Además, 750 millones de mujeres habrán contraído matrimonio siendo niñas. Lo anterior hace parte de las miras contenidas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
De nuevo en Venezuela, detrás de estos menores que piden comida, ropa y dinero en Caracas -y muchas ciudades del interior- suele haber una persona adulta que los explota. Usualmente, lo recaudado por el chicuelo va a la mano siniestra de un adulto, que le concede apenas un reducido porcentaje. Frima Udelman, psicóloga del Parque Social de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), establece de modo contundente: no se debe dar dinero ni comida a estos niños, porque es alimentar al monstruo social que -al final- se los devora. La especialista aclara que la mejor manera de ayudar es colaborar con aquellas organizaciones que estén haciendo un trabajo de atención más integral a los niños que están en las calles.
Sí. Puede ser duro, porque a cualquier venezolano sensible se le parte el corazón ante estos niños, pero si se quiere asumir una postura estructural ante el fenómeno, hay que entender que el emblemático aspecto desaliñado “no es otra cosa que un uniforme de trabajo”, según dispara a rajatabla Leonardo Rodríguez, director de la red de Casas Don Bosco. Los niños de la calle son –en cierto modo- una fachada. Así de simple.
Un mal que viene de muy atrás
“A ti que esta noche irás a sentarte a la mesa de los tuyos, rodeado de tus hijos, sanos y gordos, al lado de tu mujer que se siente feliz de tenerte en casa para la cena de Navidad; a ti que tendrás a las doce de esta noche un puesto en el banquete familiar, y un pedazo de pastel y una hallaca y una copa de excelente vino y una taza de café y un hermoso ‘Hoyo de Monterrey’, regalo especial de tu excelente vicio; a ti que eres relativamente feliz durante esta velada, bien instalado en el almacén y en la vida, te dedico este Cuento de Navidad, este cuento feo e insignificante, de Panchito Mandefuá, granuja billetero, nacido de cualquiera con cualquiera en plena alcabala, chiquillo astroso a quien el Niño Dios invitó a cenar”, retumba -musculosa y ruda- la pluma del escritor venezolano J.R. Pocaterra, en su célebre cuento intitulado De cómo Panchito Mandefuá cenó con el Niño Jesús, parte de sus ya bien históricos Cuentos grotescos(1976).
“La pobre criatura permaneció durante algún tiempo tendida sobre un mugriento colchón, haciendo esfuerzos para respirar, fluctuando, por decirlo así, entre la vida y la muerte, y aproximándose más a esta última. Si en aquellos críticos instantes hubiesen rodeado a Oliverio cariñosas abuelas, inquietas tías, nodrizas expertas y sabios médicos, el niño hubiera muerto infaliblemente; pero allí no había más que una pobre anciana casi embriagada por el abuso de la cerveza, y un cirujano del establecimiento, por lo cual pudieron luchar solos el niño y la naturaleza”, relata el episodio de la venida al mundo de Oliver Twist, el legendario Charles Dickens en el capítulo primero de su novela homónima (1837). Dickens era un escritor encumbrado, rico, y que pasó a la posteridad no sólo por su verbo redondo y espiritual, sino por su condición de filántropo también.
Delia Martínez es la portavoz de Unicef Venezuela para el asunto de los niños de la calle. Confirma que el fenómeno se ha agudizado con la caída de los precios del petróleo, pero esto de manera particular desde 2017 para acá. Relata que el ente multilateral viene haciendo desde entonces –con el apoyo de varias ONG amigas- una especie de monitoreo del fenómeno. La mayoría son varones, entre 6 y 14 años, pero también hay hembras. Un total de 30% ya rebasa la franja de un año en situación de calle.
Han verificado en municipios como Chacao, Sucre o Libertador, que los niños no son de esas zonas, sino que vienen de la periferia. En las décadas de los 80 y 90 del siglo pasado también había niños de la calle –nos dice la vocera- pero en esa época se trataba esencialmente de maltrato. Actualmente el fenómeno se dispara por el colapso económico. Las familias no tienen cómo dar de comer a estos niños. “No hay mayor data disponible, sin embargo”, deja muy en claro.
Martínez explica que se puede dar una atención inmediata pero coyuntural al problema, pero hace falta verlo de modo estructural. La solución no pasa necesariamente por la adopción, sino más bien por intentar restaurar las familias que se han fracturado. “No es posible colocarlos a todos en albergues”, expone Martínez, quien asevera que en estos muchachos ya hay consumo de droga, maltrato, abuso sexual, y “redes de adultos” que los explotan. Así de dolorosa es la cuestión.
De la basura a la boca
A lo largo y ancho de Caracas, este aciago valle de balas, se les puede ver serpentear las avenidas. En un rincón de Sabana Grande uno de estos muchachos (no rebasaría los 8 años de edad, y era de piel morena oscura como un angelito de los de Andrés Eloy Blanco) se llevaba comida directamente de un pilote de basura a la boca. Clímax lo abordó cuidadosamente.
-¿Cómo te llamas?
-Enderson.
-¿Cuántos años tienes?
-Doce.
-¿Conoces a tu mamá y tu papá?
-No.
-¿Siempre has estado en la calle?
-Sí.
-¿Y qué haces en la calle?
-Pedir.
-¿Y te maltratan en la calle? ¿Te pegan?
-Sí. Los policías.
-¿Y ese dinero que se te ve en el bolsillo es tuyo?
-Sí.
-¿Le llevas dinero a alguien?
-No.
-¿Y en los centros comerciales? ¿Te pegan en los centros
comerciales?
-Sí. Un policía que le dicen “el llanero”.
Un poco más allá, escondida tras los automóviles de lujo que exhiben su portento high tech en la avenida Francisco Solano, una niña mira la conversación, sigilosa. También tiene voz.
-¿Cómo te llamas?
-Dáryunis.
-¿Qué edad tienes?
-Diez.
-¿Siempre has estado en la calle?
-(Asiente con la cabeza).
-¿Y cuando estás en la calle, qué haces?
-Pedir.
-¿Te maltratan en la calle? ¿Te pegan?
-Sí. Los de Chacao.
-¿Le llevas dinero a alguien? ¿Para quién pides?
-Para mí.
-¿Y en los centros comerciales? ¿También te pegan?
-Sí.
Un asunto de dinero
Leonardo Rodríguez, director de la red de Casas Don Bosco, dice que han contabilizado cerca de 250 niños de la calle en el perímetro de Chacao, Libertador y Sucre, más o menos. Hace 4 años no era así. Confirma que el fenómeno aumenta con cada crisis económica. Rodríguez tiene desde 1997 trabajando con los salesianos (San Juan Bosco/Italia). Ese año se produjo la crisis bancaria del primer gobierno de Rafael Caldera, y en Puerto La Cruz –su ciudad natal- comenzaron a proliferar estos muchachos. Decidió asumirlo como una misión de vida.
Desde entonces, dice, repuntó luego en 2002 con el paro petrolero. Luego, entre 2005 y 2006, acaso como un coletazo de los episodios anteriores. “En 2009 casi no había ya niños en la calle, y decidimos focalizarnos en el trabajo con bandas”, expone el vocero. A las Casas Don Bosco, relata, llegan 40 niños diarios, sólo en el área de Chacao, pero en Libertador hay más, y en Sucre todavía es mayor la cifra. “Hoy buscan comida. Hay una relación directa actualmente entre los niños de la calle y el fenómeno del hambre. Sufren maltrato por parte de los entes policiales y la seguridad de los centros comerciales. Tenemos reportes de torturas, maltratos y abusos”, denuncia el experto.
Dice que desde los 11 años ya hay consumo de drogas, abuso y explotación sexual (se verifica tolerancia de las familias a esta patología social), y –claro- explotación laboral. Es aquí donde Rodríguez dice que el aspecto andrajoso es un “uniforme de trabajo”, porque es una forma de infundir lástima y conseguir que la gente regale dinero, ropa o comida.
Para redondear, el director de Casas Don Bosco dice que en estos momentos fallan los tres factores en juego: Estado, sociedad y familia. El Estado falla porque no hay programas de atención para estos niños, la sociedad falla porque sale a regalar dinero, comida y ropa, y las familias porque eyectan a la calle a los menores.
Rodríguez, no obstante, prefiere ver el vaso medio lleno. Cree que la pobreza en Venezuela es coyuntural y no crítica como en Brasil, Perú o México. “En Angola hemos tenido que rescatar niños de las guerrillas, y otros que son vendidos por mafias. Acá en Venezuela no hemos llegado a esos extremos”, se despide con una media sonrisa que nos dice que tal vez se pueda atajar esto a tiempo. Lo primero es atacar la coyuntura, luego verificar de donde vienen los niños e ir a las familias directamente, para finalmente crear profilaxis en un lapso no menor de 5 años. Se puede.
En su trinchera, Victoria López es psicólogo clínico de Proinfa, ONG que trabaja en el municipio Sucre de la mano de UNICEF Venezuela. Allí, entre junio de 2017 y marzo de 2018, atendieron en programa a 25 niños de 8 grupos familiares. “En Sucre y en toda Caracas la situación es crítica. Se trata de un grupo muy vulnerable”, abre fuegos la analista.
Cuenta cómo estos muchachos se van de sus casas buscando la sobrevivencia. A menudo todos los miembros de la familia deben desperdigarse en busca de sustento. Coincide con Leonardo Rodríguez, de Casas Don Bosco, en que ya se puede ver el consumo de estupefacientes en estos críos, pero aporta que –aunque en algunos saben qué tipos de drogas, y en otros no- se trata de información que les está vedado revelar a la prensa.
El factor nutricional en este grupo de 25 niños fue lo más crucial. Se les dio atención médica. Algunos de los padres fueron diagnosticados con esquizofrenia. Y en el caso de los muchachos, puntualmente, se verificaron problemas de atención, fallas de conducta, y escollos de lecto-escritura. Desde abril Proinfa adelanta un programa con muchachos de mayor edad que este primer lote de 25 niños.
En su esquina, Frima Udelman –psicóloga del Parque Social de la UCAB- dice que los niños de la calle siempre estuvieron en el imaginario latinoamericano, pero repunta esto a finales de los 80 con la crisis de los precios del petróleo. Hay una relación directa con el PIB per cápita. Desde un punto de vista psicológico, dice Udelman, lo que más los caracteriza es que “no confían”, es decir, algo en ellos se ha roto de manera radical, al ser expuestos a la realidad descarnada de la urbe. Refuerza la idea: no se les debe dar dinero, ni comida, ni ropa. Esto es fortalecer el drama que los aplasta. No confían. Y en ese sentido, han dejado ya de ser niños. Eso es lo que más duele.
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