lunes, 4 de septiembre de 2017

Espacio vital - Américo Martín

Hay debates decisivos. Es muy importante la sabiduría que pueda reunirse para llevarlos adelante. Si bien los hay también inútiles, caprichosos, fruto de vanidades heridas o arrastrándose en líneas kafkianas, éste que ahora nos envuelve es esencial. Sus opciones son terminales. Se trata de ganar la prosperidad de la civilización democrática, con justicia y sin venganzas, o perder toda esperanza. No caben orgullos maltratados ni calumniar a quien piense distinto. Todo eso aleja la victoria y acerca la catástrofe.

Lo sorprendente es que nunca hubo tantas posibilidades de victoria. Un gobierno débil, arrinconado contra la pared, mundialmente aislado, una economía mordiendo a sus sepultureros, malestar en todos los rincones incluso en las instituciones que lo soportan. Frente a ese enrarecido panorama, la oposición es una consistente mayoría que no deja de crecer.

¿Qué le queda al gobierno? Aprovechar la justificada ira de los venezolanos para desacreditar las elecciones regionales e inducir la abstención, tabla a la que se aferra con desesperación de ahogado. No entiende que le iría mejor aceptando elecciones serias que le garantizarían protección constitucional. Perderá en el escrutinio y lo sabe, pero en cualquier caso el mundo que lo critica y la oposición que lo derrotará no empañarán el cambio democrático aplicando venganza cuando lo que procede es justicia. Para su desgracia la ceguera le impide medir lo que le iría mejor. Sus salidas son estrechas: perderá con normalidad pacífica y democrática o perderá refugiándose en una violencia en alza, que le acarrearía consecuencias desastrosas. Su falta de temple no le permite introducir una luz racional en el caos de esperanzas sin fundamento y miedos desatados que lo han invadido.

Daríamos un paso enorme si en el poco tiempo que queda el tema de la participación electoral se colocara sobre bases racionales y sin sustituir argumentos por calumnias y chismorreos. Votar es unir, organizar, y de paso aumentar la confusión adversaria y la fuerza propia. No votar es permitir que el rival cope todos los cargos sin esfuerzo y costo y sin posibilidad de presentarse como víctima de un fraude. Porque no siendo obligatorio el voto, el derecho subjetivo otorgado por la Constitución es solo eso: un derecho y por lo tanto queda al elector usarlo o no. De modo que si se niega a hacer uso de ese derecho que no venga después a reclamar que le robaron su voto.

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