jueves, 28 de septiembre de 2017

Muerte y testamento de Alberto Carnevali | Por Guido Acuña


Cárcel. 20 de mayo de 1953. Primer Alcaide: Maldonado. Segundo Alcaide: Dugarte.


El señor Maldonado manifiesta a Consuelo Mantilla de Rangel (Esposa de Domingo Alberto y Concuñada de Carnevalli) y a Arlette Vásquez Rigual, la imposibilidad de concederles visita para el doctor Carnevalli, en atención a la rigurosa medida de prohibición que a ese respecto le han impartido las autoridades superiores. Según expresa el alcaide hay especiales recomendaciones de no dejar ver al detenido absolutamente por nadie. Pero él, el alcaide, hará una excepcional concesión permitiéndoles a ellas una entrevista rápida con el doctor Carnevalli.

La primera en pasar a la celda es Consuelo, después llaman a Arlette, quién en el trayecto hacia el calabozo se encuentra de frente con Consuelo, que viene de regreso y que le hace un ademán de honda tristeza moviendo la cara. Arlette se preocupa durante el largo recorrido que transita desde la entrada hasta el presunto lugar. Piensa que incluso la pueden dejar encerrada también. 

Finalmente penetra a una amplia habitación, dentro de la cual y a cierta distancia observa a un enfermo en una camita. No piensa que pueda ser aquel el doctor Carnevalli. Pregunta por el doctor Alberto Carnevalli. Oye una voz débil que exclama: “Si, soy yo Arlette, soy Alberto, pasa."

"Dame tu mano así. Déjala aquí entre las mías. Ponla ahora aquí sobre mi corazón. Yo creo, que es cuanto me queda. ¿Lo oyes en sus latidos? ¿Verdad que todavía palpita como la misma patria; A veces fatigada, ella…?

¡Que mujer eres ya! Ahora si eres ya una mujer bien formada. ¡Cómo has crecido Arlette! ¿Ángel te ha visto bien últimamente? ¿Qué le ocurre a él? ¿Por qué no ha venido a verme para que me diagnostique lo que yo tengo? ¡Que bella estás y que bien formada estás ahora Arlette! ¡Ya eres una mujer en toda tu plenitud! No siento los pies.

¿Dónde están mis pies Arlette? ¿Dónde está la tierra? ¿Qué pasa que no me siento?

Dile, deja que yo le digo. Oiga tráigame un poco de agua con hielo; siento mucha sed. El hielo es reconfortante. Ellos, Arlette, no tienen la culpa; Los guardias no tienen la culpa. Honradamente los tengo fastidiados. No te preocupes, Arlette, por los soldados, ellos no me están vigilando, ellos son los guardianes de la patria, son nuestra fibra, nuestra sangre. Es el pueblo también enamorado de las grandes realizaciones y empresas libertarias de Bolívar, Sucre, Páez, estos soldados tienen la misma substancia.

¿Y Antonio, Arlette? ¿Dónde está ese muchacho? ¡Pobre Antonio! ¡Tan bueno Antonio! ¿Dónde está Antonio, Arlette? (Hablaba de Antonio Pinto Salinas, asesinado el 11 de Junio siguiente).

¡Fija, tus ojos!; Observa allá. Los morros. ¡Desafiantes! Que hermoso es el reto de la naturaleza, y que gallardo es el desafío que el hombre acepta frente a ese reto. Que belleza tan indescriptible ¿Verdad Arlette? ¡Mira la conjunción de verde en el monte, y luz vespertina en el espacio! ¡Qué arrobadora! ¿Verdad Arlette?

Eso sucedió a las 11 de la mañana del 18 de mayo de 1953 en la cárcel de San Juan de los Morros, dos días antes de morir Alberto Carnevalli.

La trascendencia. Testamento.

Nombra a sus herederos universales así:

1.- Para ”El Negro” Sutil, un preso común que lo atendió hasta el último momento; su reloj de oro.

2.- Para Ángel Borregales: su pluma de oro.

3.- Para César Gil Gómez: su maquinilla de afeitar.

4.- A “Viejo Chivúo”, José Bernardo Granadillos: “La Montaña Mágica”.

5.- Para Víctor Olegario Carnevali: varias cosas.

¡Así murió este hombre, pobre como nació!

Cárcel Pública de San Juan de los Morro, 20 de mayo de 1953.

Seudónimos usados por Carnevali:

Alí, Francisco, Juvenal, Galindo, Monteverde, Bermúdez, Ponce.

/ La Cabilla

Nota del Editor: Este artículo es un extracto del libro Pérez Jiménez, Un gendarme innecesario, de Guido Acuña. La atroz condición en que a nuestros presos políticos se les tiene en la actualidad, merece revisar cómo a través de nuestra historia los venezolanos nos hemos dedicado a castigarnos entre nosotros, a matarnos entre nosotros y a torturar a otros venezolanos. También, nos hemos dedicado a callar cuando la víctima es otro y a olvidar hasta a nuestros propios muertos. Desde La Cabilla estamos empeñados en no olvidar el oprobio, como fórmula de evitar que continúe y se perpetúe.

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