Es necesario recordar cuál fue la motivación que tuvieron los líderes de la democracia venezolana: Betancourt, Caldera y Villalba, para suscribir el pacto de Punto Fijo. Ese acuerdo, tergiversado de mala fe por Chávez y sus corifeos, nació para corregir el error histórico de la confrontación entre demócratas que acabó con el primer ensayo democrático de nuestra historia. En efecto, el gobierno de Rómulo Gallegos, elegido por el voto universal en ejercicio por vez primera en nuestra historia de la soberanía popular fue derrocado por unos militares felones, pero “fueron los demócratas, con sus absurdos enfrentamientos cainitas, que les barrieron el camino para que apareciera la tiranía representada por la bota militar” (Betancourt dixit).
También Jóvito Villalba reconoció, años después del derrocamiento de Gallegos y luego de experimentar en carne propia los embates de la dictadura, el gravísimo error histórico de haber enfrentado virulentamente a un régimen democrático: “con nuestras peleas intestinas le abrimos la puerta a la barbarie” reconoció gallardamente el líder margariteño. Así mismo Caldera también se da cuenta, al igual que Rómulo y Jóvito, de los errores cometidos por unos líderes bisoños, en una democracia incipiente, acechada por todas las ambiciones desmedidas de civiles y militares oportunistas. Por todo ello, cuando lograron salir de la dictadura, buscaron el acuerdo rectificador que permitió construir un sólido piso político para sostener el nuevo ensayo democrático que renació el 23 de enero de 1958.
Después de haber vivido Venezuela los mejores 40 años de su historia republicana y creyendo, erróneamente, que se había extinguido todo peligro autocrático, nuestros liderazgo democrático volvió por sus fueros al enfrentamiento fratricida, la sociedad civil a las andadas de la anti política y los militares a sus viejas prácticas de intromisión política para satisfacer sus ansias de poder. Todo un caldo de cultivo que nos trajo este régimen de atraso y miseria.
Ahora bien, hoy día, cuando vemos un gobierno “cuesta abajo en la rodada” no se le ha ocurrido a los demócratas nada mejor que publicitar diferencias, aireándolas torpe como ingenuamente, lo que le ha dado respiro a un gobierno que entró en la fase irrecuperable del desprestigio e incredulidad popular.
Frenemos las disputas intestinas, no cortando debates necesarios, sino auspiciando un acuerdo sólido como el de Punto Fijo, que permita no solo triunfar en cualesquiera elecciones que se presenten, sino que vaya más allá de la coyuntura electoral y obligue a comprometernos al sostenimiento de un gobierno de coalición e integración partidista y societal de largo plazo.
Así como Betancourt, Caldera y Villalba, a mediados del siglo XX venezolano, construyeron el entendimiento que nos permitió frenar el totalitarismo de izquierda y derecha, hoy día todos los partidos políticos democráticos deben sentir que nadie va a ser desplazado, en un eventual gobierno que está a la vuelta de la esquina, siempre y cuando actuemos con sensatez unificadora. Urge celebrar un nuevo acuerdo de Estado trascendente, para poder reconstruir Venezuela después del paso de esta langosta depredadora que no dejará piedra sobre piedra.
El acuerdo suscrito en octubre de 1958 consistió en tres puntos centrales:
1. Defensa de la constitucionalidad y del derecho a gobernar conforme al resultado electoral.
2. Un gobierno de Unidad Nacional. Esto es, considerar equitativamente a todos los partidos firmantes y otros elementos de la sociedad en la formación del gabinete ejecutivo del partido ganador. Y,
3. Un programa de gobierno mínimo común.
¿Será mucho pedir sentarnos a elaborar un nuevo acuerdo, tan sencillo como trascendente, que nos permita sentirnos cómodos a todos los integrantes de la sociedad democrática y se aleje de nuestras preocupaciones cotidianas el empeño –hasta natural en política- de ser primus inter pares? Esta última condición no debe ser absoluta, por el empecinamiento parcial y mezquino del sectarismo, sino el elemental privilegio de la primera minoría que decida el electorado. A esa primera minoría le corresponderá la presidencia, pero el resto también será gobierno.
Pongámonos a trabajar en este proyecto de acuerdo, empinándonos por encima de nuestras legítimas aspiraciones inmediatistas, para que la unidad democrática recupere la fe y la esperanza de millones de venezolanos, hoy en situación de capitis diminutio por no haber tenido, nosotros, la capacidad de mantener la sensata política de acumulación de fuerzas que nos permitió triunfar en las parlamentarias y nos va a llevar, si retomamos la senda, al poder sin duda alguna.
Solo falta la decisión política que espera toda una sociedad que quiere ver el camino despejado hacia la Venezuela que nos urge recobrar, para nosotros, nuestros hijos y nietos. Está en nuestras manos…
¡Manos a la obra!
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