Juan Manuel Santos ha sido un mandatario dubitativo, por decir lo menos, frente a la terrible crisis de Venezuela. Mientras la OEA, la Unión Europea y casi todos los países que integran estos dos organismos multilaterales se han pronunciado contra la política diseñada por el gobierno de Nicolás Maduro, Colombia ha estado a la expectativa y cuando se ha opuesto a algo lo ha hecho con mucha timidez. Esa actitud de Santos no era debido a algún capricho personal o por simple chauvinismo, sino porque formaba parte de una política de entendimiento con la administración del presidente Obama, la que se inscribía en el proceso negociador de la paz, con las FARC, en el que Cuba ha sido garante.
Santos se juega su vida política en esa apuesta y por eso mantenía aquella actitud frente a Venezuela, para no molestar a sus fiadores de La Habana ni a los gringos. Ah, pero ahora otro es el presidente de la gran nación del norte. El catire Trump le dio un giro de 180 grados a la política del trigueño Obama, ahora los cubanos y colombianos saben que Venezuela tiene que entrar en la ecuación para poder conseguir un resultado satisfactorio ya no solo para ellos dos, sino para las tres naciones.
Vengo sosteniendo la tesis del necesario acercamiento con los cubanos, desde que lo hicieron los gringos, porque estoy convencido de que esa entente Estados Unidos-Cuba no era solo para tratar temas relacionados con azúcar o tabaco, sino para resolver los problemas de otros dos países, económicamente más importantes, donde La Habana tiene influencia determinante: Colombia y Venezuela.
El 20 de junio del año 2015, después de que Obama se reunió con Raúl Castro en Panamá comenzando su política de acercamiento, escribí un artículo de opinión por este mismo medio, que titulé, provocadoramente: “¿Y… por qué no hablamos con Raúl?”. Entre otros argumentos, recordaba que el diálogo de Obama con Castro en Panamá fue de antología. Obama dijo a su homólogo cubano: “Obviamente, esto es un encuentro histórico (…). Ahora estamos en condiciones de avanzar en el camino hacia el futuro”. Por su parte, el presidente de Cuba ripostó: “Todo se puede discutir, pero Estados Unidos y Cuba pueden diferir de vez en cuando. Es posible que hoy discrepemos en algo en lo que mañana podamos estar de acuerdo”.
Ante tal diálogo distendido y promisorio, yo concluía desde aquí, preguntándole a los contertulios del istmo: “Entonces, Obama: ¿por qué no seguimos haciendo historia y nos metes en el paquete? Óyeme tú, Raúl, ¿por qué no comenzamos a discutir las cosas sobre las que hoy discrepamos, pero en las que mañana, después de la transición, podemos estar de acuerdo?”.
Obviamente esas preguntas quedaban en el aire, porque la política norteamericana de entonces no incluía a Venezuela, para no darle beligerancia a un gobierno sin credenciales democráticas, y los gringos asumían, con razón, que valía más la pena hablar con el amo que con el dependiente.
Las cosas hoy han cambiado, porque hubo un importante giro en la política del Departamento de Estado norteamericano y cuando Trump, sin romper el diálogo con los cubanos, condiciona la continuidad de este al tema de los derechos humanos no solo se está refiriendo a Cuba, sino que involucra, también, el mejoramiento de las condiciones en la negociación de paz en Colombia y la solución de la espantosa crisis venezolana.
Entonces, finalmente, lo que debemos entender los demócratas venezolanos es que no podemos bajar el tono, el rumbo y el ritmo de nuestras presiones de calle; hay que seguir con nuestra política de pedimento de apertura del canal humanitario, la libertad de los presos políticos, el cronograma electoral y, la última de las condiciones que se ha convertido en la primera, el desmontaje de la convocatoria de una asamblea constituyente, que es la peor amenaza contra la democracia y la existencia misma de la República.
Esperemos que Maduro entienda que el sitio escogido por el presidente Juan Manuel Santos para exigirle el desmontaje de la constituyente, La Habana, Cuba, no es una casualidad sino el mensaje subliminal de Raúl Castro, apoyando la búsqueda de una salida negociada como lo exige la geopolítica continental.
Presidente Maduro, permítame hacerle una pregunta, aquí entre nos, cuando usted llama traidor a Santos, ¿está pagándole con la misma moneda a Raúl? Me parece que el atrevimiento es muy grande para sostenerlo. A menos que no haya entendido el mensaje; de ser así, le sugiero que le pregunte a don Rogelio Polanco, embajador de Cuba por estos pagos, él le dirá lo que quiere Raúl. Ah, también Gustavo Cisneros, pana de Trump, se lo puede aclarar.