He tenido que ponerme a investigar nuestro pasado histórico para tratar de encontrar algún parangón, alguna etapa de nuestra accidentada historia republicana que pueda compararse con esta regresión, con este bodrio hecho gobierno, pues sabía que debía tener algún precedente en nuestros anales de nación independiente. Investigué, porque no quise hacerle caso a lo que una vez surgió de un diálogo que mantuve con Simón Alberto Consalvi, cuando en su presencia busqué analogías históricas y quise comparar a Chávez con Guzmán, aquel hombre sabio y culto me espetó: “¿Cómo se le ocurre, Ecarri, comparar a este señor que nos desgobierna con Antonio Guzmán Blanco? Guzmán era un autócrata, sin dudas, pero muy eficiente. Recuerde que construyó el Capitolio Nacional en 156 días, así que… nada que ver, esto no tiene precedente”.
Por mi tozudez seguí buscando y me topé con un libro que se titula La Caída del liberalismo amarillo. Tiempo y drama de Antonio Paredes, de ese eminente y admirado hombre de Estado e historiador de tronío que fue el Dr. Ramón J. Velásquez. El título de este artículo no es una provocación, sino la constatación de un hecho cierto: esta gente que nos desgobierna no es comunista, porque en ese sistema, con todos sus defectos y carencias, nunca hicieron fama sus gobernantes de haber sido, ni de lejos, tan redomadamente corruptos como los que hoy dirigen, en mala hora, el Estado venezolano. Así que en lo económico será liberal, por lo del enriquecimiento desbordado de su cúpula, pero comunista… jamás.
Pues bien, Velásquez nos narra, con su conocimiento profundo de nuestra historia, los hechos acaecidos en las elecciones del año 1897 que marcaron el principio del fin del liberalismo amarillo, es decir, la debacle del guzmancismo a manos de sus sucesores, el presidente Joaquín Crespo y el señalado para suceder a este, el otro general, Ignacio Andrade. Esas elecciones, preparadas para burlarse de la oposición (fundamentalmente del general José Manuel “el Mocho” Hernández) y del pueblo en general, parecieran el trasunto de lo que hoy se pretende perpetrar con esa locura llamada asamblea constituyente popular que no existe en nuestra Constitución y más parece la convocatoria a un Congreso del PSUV.
Así cuenta Velásquez las locuras de un gobierno moribundo, como este pero en el siglo XIX, que se negaba a reconocerlo: “El 1 de septiembre de 1897 las plazas de Caracas, donde se votaba, fueron tomadas desde la medianoche por grupos de campesinos traídos de Los Altos y desde la Fila de Mariches (colectivos de la época) por los jefes civiles. Cada recluta traía el machete debajo de la cobija. (…) La votación, así como la inscripción electoral que llevó aquí la Junta Andradista ha sido una farsa de la peor especie: Ochenta individuos a lo sumo, arreados y reclutados a la fuerza por algunos de los Comisarios que se prestaron a tan antipatriótico fin, obligados por EL JEFE DE LA MILICIA y autorizados por la autoridad, se presentaron aquí y cogidos por esa Junta que ya había hecho la inscripción por la lista de tarea, les repartieron boletas varias veces y le hicieron repetir este acto hasta completar el número de inscritos con las boletas así consignadas en las urnas, terminado lo cual le espetaron un telegrama al general Crespo y otro al elegido (Andrade) avisándoles: ¡Espléndido triunfo!!!”. Se creyeron invencibles.
¿Invencibles? Enseguida se levantaron en armas las diversas facciones opositoras que fueron burladas, el general Crespo salió a combatirlos y murió de un balazo en la “Mata Carmelera”. Recuerda González Guinán, en sus Memorias, que en una entrevista con el ministro de Crespo, Zoilo Bello Rodríguez, le dijo: “Por Dios, deténganse en el camino de las revoluciones, porque lo que más honra a un Gobierno constitucional es su sumisión a las leyes”. Bello Rodríguez le contestó: “Seis meses más de revolución y después una paz octaviana”. A lo cual González Guinán le replicó: ¿Seis meses de revolución? … ustedes no llegan. ¿Y quién nos tumba? contestó Bello Rodríguez, ¿no hemos vencido a Hernández y a Guerra? “Del fondo de la tierra saldrá el que haya de tumbarlos”, le dijo finalmente González Guinán”. Ciertamente, del fondo de la tierra tachirense salió Castro, con su compadre Juan Vicente y decidieron los siguientes 37 años de vida republicana.
Y del fondo de la tierra venezolana, de su pueblo todo, saldrán los que van a desalojar a esta gente que se creen invencibles y pretenden emular al liberalismo amarillo, del siglo XIX, con la diferencia que el liberalismo rojo durará mucho menos… y es poco lo que falta, ya lo verán.
PS: artículo que dedico a Gustavo Velásquez, digno heredero de ese campeón de la democracia que fue su padre.
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