La historia del Helicoide refleja el declive de un país que hoy vive entre caos y un poco de esperanza
BBC Mundo
En el oeste de Caracas, Venezuela, existe un edificio extraordinario que exhala majestuosidad y grandeza.Sin embargo, su historia es la representación de un país que se arrastra lentamente ante el caos. No obstante, alguna vez pareció tener tal potencial hasta ser considerado uno de los más prósperos de Latinoamérica.
El Helicoide sería uno de los centros comerciales más lujosos y únicos. De hecho, su originalidad fue reconocida por el pintor Salvador Dalí y por el poeta, Pablo Neruda, quien lo resumió como una “creación exquisita”.
Ahora, en plena “revolución bolivariana” se convirtió en un centro de detención y torturas.
Este centro comercial se construyó alrededor de una roca, cuya superficie es de 60.000 m2. La visión principal contaba con un helipuerto, un hotel, un gran domo en la parte superior, tecnología de punta, 300 tiendas y ascensores desarrollados en Viena.
“Es un edificio absolutamente icónico, no hay nada semejante en América Latina, ni siquiera en la actualidad”, comentó a BBC Mundo Lisa Blackmore, coautora, junto a Celeste Olalquiaga, del libro Downward Spiral: El Helicoide’s Descent from Mall to Prison (2018).
La estructura, bastante compleja, del edificio fue concebida por el arquitecto venezolano, Jorge Romero Gutiérrez. La misma fue plasmada en 12.000 planos.
El país que pudo haber sido, y no fue
El Helicoide comenzó a construirse en la década de 1950, y fue una muestra de la ambición que tenía Venezuela para el momento, gracias a los millones de dólares provenientes de la exportación petrolera.
“En 1948 se instaura en Venezuela una dictadura militar. La orden era: “Progresaremos si construimos”, explica Blackmore.
Además, era una época en la que el Estado se abría a las importaciones.
“El Helicoide enmarcaba la idea de movilidad social, prosperidad, desarrollo y modernidad. Iba a ser una vitrina de todo lo que Venezuela pudo haber sido”, señaló la también directora de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Essex, Inglaterra.
Lastimosamente, la historia del gran proyecto arquitectónico ha estado vinculada a los gobiernos de turno y a la inestable situación económica del país.
Resulta que el centro comercial nunca abrió sus puertas. Al final, el proyecto tuvo obstáculos en su financiamiento y la construcción se detuvo. Por varios años, el lugar estuvo abandonado. Posteriormente, se convirtió en un refugio para damnificados.
Los intentos para regenerarlo y convertirlo en un centro cultural, e incluso en la sede un ministerio, fracasaron todos y cada uno de ellos.
Un fantasía en medio de una deplorable realidad
En 1982, el destino del Helicoide se determinó. Se convertiría en la sede del organismo de seguridad del Gobierno de Venezuela, conocido como el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin).
“El edificio cayó en picada. En este momento, es muy difícil encontrar algún sueño en El Helicoide. Es un ícono moderno en medio de un mar de viviendas precarias”, indicó Blackmore.
“Es la historia de la inmensa pobreza urbana que existe en un país bañado en petróleo. Es un lugar que refleja el autoritarismo con el que se maneja el país, el declive económico y la polarización política”.
Hoy, El Helicoide es sinónimo de tortura. Se trata de una obra arquitectónica con pinceladas de miseria, temor y tristeza. El edificio es manejado a discreción del Sebin, organismo adscrito a la vicepresidencia de Venezuela.
En el anhelado centro comercial han estado detenidos criminales y presos políticos. Muchos llegaron ahí luego de las manifestaciones masivas contra el gobierno de Nicolás Maduro en 2014.
Según el Foro Penal, más de 3.000 ciudadanos fueron arrestados en esa época. Entre ellas, Rosmit Mantilla, diputado opositor de la Asamblea Nacional.
“Creí que estaba muerto”
“Pasé dos años, seis meses y ocho días viviendo en quizás el mayor centro de tortura en Venezuela. Veía gente cubierta en sangre, otros amarrados, algunos inconscientes”, relata Mantilla, detenido en mayo de 2014 y acusado de financiar las protestas. Sin embargo, él niega el cargo.
“Tenía la cara tapada con periódico, pero escuché a un guardia pedirle a otro el revólver. ‘Te vamos a matar’, decían. Y se reían: ‘Tenemos una bala, vamos a ver si tienes suerte’. Sentía el arma en la cabeza y oía el gatillo”, le cuenta Luis (*) a BBC Mundo.
“Lo hicieron varias veces –continúa- me desmayé, creí que estaba muerto. Pensaba que era mejor así para dejar de sufrir, pero después le pedí a Dios que me quitara esos pensamientos”.
BBC Mundo contactó a dos exfuncionarios del Sebin, que se fueron de Venezuela, y corroboraron que, efectivamente, la institución utiliza varios tipo de tortura de forma sistemática para que los detenidos digan lo que los funcionarios quieren.
Tortura: la práctica más común
Uno de ellos, Víctor (*), hizo referencia a una de las técnicas utilizadas para torturar. Se llama “bolsear” y consiste en asfixiar a la persona con una bolsa plástica.
“Al hacerlo, les ponían un espejo en frente y decían: ‘Miran cómo te estás muriendo’. Vi a detenidos orinarse”, contó.
Agregó: “También vi que golpeaban a las personas con palos, a veces los cubrían con una colchoneta para no dejar marcas. Los guindaban por las muñecas, y sus pies no tocaban el suelo”.
El otro funcionario, Manuel (*), aseguró que también usaban electricidad:
“Usaban una batería con dos cables y se los ponían en los testículos, en la garganta… en cualquier parte”.
Otra forma de maltratar a los detenidos era negarles atención médica:
“Tuve cáncer de próstata, sufrí una isquemia cerebral, crisis hipertensivas y pérdida de audición por una infección en el oído”, cuenta Juan Miguel de Souza, preso en 2015.
“Me decían: ‘Por órdenes de arriba, para ustedes no hay médico”.
El suicido, la mejor opción
Según las personas entrevistadas, casi nadie escapaba de la tortura psicológica. Uno de los casos más tristes de esta práctica, es el de Rodolfo González, un aviador de 64 años retirado, acusado también de financiar las protestas. Su familia niega el cargo.
“Por meses amenazaron a mi papá con llevarlo a las peores prisiones del país y con detener a mi mamá”, le cuenta a BBC Mundo su hija, Ivette.
“Una noche nos llamó horrorizado –su voz se quiebra- le dijeron que lo iban a trasladar al día siguiente. Horas después, su vecino de celda lo escuchó respirar de forma extraña. Gritó pidiendo ayuda. Pero era muy tarde…”.
Rodolfo se había suicidado.
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