Cada vez que tenía una mala pasada, me iba a conversar con dos personajes, derroche de sabiduría y paz: mi tío y mi abuela. “No tome decisiones ni los viernes ni los domingos, me decían. Menos cuando esté disgustado (…) Los viernes la gente inicia su descanso y los domingos, por ser lunes lo que viene, nadie quiere desenfados. Discutir disgustado se nota en el tono de voz. Y a nadie le gusta hablar con “insectos”. Son muy ruidosos…
Por estos días hay mucho ruido. Muy salvaje y emocional. No lo llamaría depresión. Por el contrario. Es una suerte de neurosis colectiva a la saga del gorila, del culpable, del insecto a quien extirpar. Discutimos de lunes a domingo con la misma ferocidad. Ofensas dentro de la misma oposición. Hirientes hasta lo creativo. Ojalá pusiéramos la misma “energía” al servicio de la unidad, la racionalidad y el consenso. Sobran los politólogos, analistas, comentaristas tautológicos y plataneros, desde cuyo tartufato impostor, desdicen, maldicen, acusan y lanzan al pajón, a quienes hasta ayer no sólo eran nuestros héroes salvadores. Cuanta injusticia comporta esta actitud. Cuanta torpeza desde lo humano, político y ciudadano. Al rompe me vino a la mente aquella novela de Franz Kafka, Las metamorfosis. Un relato publicado en 1915 que narra la historia de Gregorio Samsa, un comerciante de telas que vive con su familia a la que él mantiene con su sueldo, quien un día amanece convertido en un enorme insecto. Representa el trato de una sociedad autoritaria y banal hacia un individuo diferente, donde éste queda aislado e incomprendido ante una maquinaria trivial abrumadora que ni él comprende ni es comprendido.
Una mañana después de un sueño intranquilo, Gregorio Samsa trata de levantarse para asistir a su trabajo, pero se da cuenta que durante la noche se ha transformado en un insecto. Su familia (su madre, padre y joven hermana Grete) lo rechazan. Gregorio es botado de su trabajo al descubrise su apariencia “bestial”. Nadie comprende que Gregorio, pese a su apariencia, piensa todavía como ser humano. Su padre comienza a odiarlo. Su madre todavía le muestra cierta piedad; es su hijo, pero se desvanece después de verlo. Su hermana Grete supera su repulsión y todos los días lo alimenta y limpia su habitación…Con el tiempo nadie cuida a Gregorio. Es herido. Se contagia. Como Gregorio no puede trabajar, la familia alquila una parte de la vivienda. Una tarde Gregorio sale de su habitación atraído por la música interpretada al violín por su hermana. Por desgracia los tres inquilinos lo ven y deciden marcharse de inmediato y sin pagar. No por su presencia. Gregorio les hacía curioso, sino por el mal trato que recibe de la familia al tratar de que no lo vieran. Su hermana propone entre lágrimas deshacerse de Gregorio. Todos están de acuerdo porque creen que han hecho todo lo que han podido. Gregorio, desesperado y sin haber sido alimentado, es encontrado muerto por la sirvienta y desechado a la basura. Ligeramente apenados, pero sobre todo aliviados, la familia se alegra de poder comenzar una nueva vida y salen para dar un paseo. Los padres se dan cuenta que Grete se ha convertido en joven agraciada y planean ahora cómo casarla.
Hemos venido convirtiendo a la oposición en un insecto. Nos referimos a ella como pegajosa, de vuelo trepador, voraz, traidor. Hemos lanzado las peores infamias desde cualquier latitud, inculpando a ese bicho llamado “oposición”, de no habernos liberado del verdugo. Y hemos convertido a nuestro propio aliado, en un engendro que nos da vergüenza exhibir por lo que decidimos deshacernos de él, dejarlo morir y lanzarlo a la basura. Olvidamos que nuestros políticos son también seres humanos. Que luchan contra malhechores. La ingratitud degenera en soberbia, misma que apadrina el barbarismo de afirmar: “Eliminen de una vez ese parapeto llamado AN”. Todo un manifiesto asqueante hacia quienes mayoritariamente han sido heridos de muerte y enfrentado dolorosos riesgos. Ahora preferimos dejarlos solos curtidos de desprecio, sin cuidado y sin alimento. Pero como en la novela de Kafka, la huella de “pintura” en las alas y pies de Gregorio -mancha de miseria y abandono- quedará plasmada como representación de inmerecido rechazo, que los propios inquilinos (el pueblo), no alcanzan comprender.
Para Albert Camus, filósofo de la escuela existencialista del absurdismo, la rebeldía es el compromiso hacia ciertos valores a pesar “de que son una creación humana…”. Cuando uno se rebela ante la opresión o la injusticia, “salimos del absurdo cósmico, asumiendo el imperativo moral de libertad y justicia para todos”. Contra la opresión, la verdad esencial es la rebelión libertadora y legitimada. Camus se pregunta: “¿Se puede lejos de lo sagrado y de los valores absolutos del ser humano, encontrar una regla de conducta?”. Y me pregunto: ¿Se puede lejos de la unidad y el reconocimiento, salir de la tiranía? Cuidado con quedar atrapados todos en el nihilismo, en el desierto, por creernos dueños de la verdad. Todos terminaremos siendo insectos… diría la abuela. Y saldremos a “pasear” pretendiendo lucir agraciados preguntando “libre de pecado”, ¿quién se quiere casar conmigo?.
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